Bilbao. El 16 de junio de 2012 se dio a conocer, a través de una rueda de prensa celebrada en Donostia, una iniciativa insólita en Euskadi: la experiencia que una treintena de víctimas de ETA, los GAL, el Batallón Vasco Español y las Fuerzas de Seguridad franquistas habían protagonizado entre 2007 y 2012, y de forma totalmente discreta, en la localidad norirlandesa de Glencree. Todas ellas compartieron sus traumáticas vivencias y tendieron unos puentes que permanecen todavía hoy, en lo que supuso un ejemplo a seguir basado en el "compromiso, la confianza" y el "reconocimiento al otro como ser humano".

Así lo expusieron ayer Axun Lasa, hermana de Joxean Lasa, secuestrado, torturado y asesinado por los GAL en 1983; Fernando Garrido, hijo de Rafael Garrido, gobernador militar de Gipuzkoa asesinado por ETA en 1986; y Galo Bilbao, miembro del equipo dinamizador de Glencree. Todos ellos explicaron en una mesa redonda en Bilbao los pormenores de una iniciativa que contrasta con la crispación reinante tras la sentencia que derogaba la doctrina Parot. Un contexto que fue citado al inicio del encuentro cuando se destacaron las "importantes divergencias sociales" que ha generado el fallo del TEDH.

La clave del acercamiento entre víctimas de diferente signo está en que la política y la ideología quedó fuera de las reuniones de Glencree. "Hermanos, padres, hijos, era dolor puro de personas que habían perdido a sus seres queridos, sin engaños. Ver el dolor me afectó mucho, yo estaba mal. Era como si se rompiera algo por dentro", dijo Fernando Garrido. Coincidió con Axun Lasa en destacar el primer contacto en el aeropuerto con destino a Dublin, la "tensión" y el "ambiente frío". "Tenía miedo a sentirme odiada, a odiar quizá", recordó la hermana de Joxean Lasa.

Otro punto en común es que, pese a los miedos y lo inédito de la propuesta, ambos aceptaron enseguida sumarse a la misma. "No sabía dónde me metía pero me pareció interesante y me tiré a la piscina, a ver qué pasaba", aseguró Garrido. La primera reunión, que consistió en la "explicitación del testimonio de la victimación", según Galo Bilbao, también quedó marcada a fuego entre los participantes. "Primero me tocó escuchar el relato de los demás, hablé de las últimas. Se me movía mi propio dolor, me di cuenta de que estábamos todos igual, con miedo, había lágrimas. Recuerdo sobre todo dos relatos que me llegaron muy hondo, porque contaban con mucha serenidad lo que les había ocurrido", señaló Lasa.

Agregó que, pese a que "otros íbamos con más rabia", una vez intercambiadas las experiencias "me di cuenta de que, con personas con las que más chocaba", finalmente "nos dimos un abrazo". Por ello, al escuchar al resto de víctimas, "mirándoles a los ojos", se percató "de verdad de que existían, que estaban ahí". Sobre esa primera reunión, Garrido dijo que "fue muy violento, porque es una caja de los truenos que tenemos guardada y que no nos gusta abrir. Además, contabas lo tuyo y escuchabas a los otros, que lo estaban pasando como tú, y no sólo los de tu lado, sino ver el dolor de los del otro lado".

Espacios de escucha Superada esa primera toma de contacto, y a medida que avanzaba la convivencia, la relación mejoraba y la empatía entre los participantes también. "Una vez pasados los miedos, los recelos, los abrazos, algo importante había pasado, había algo que nos unía por dentro y cada risa, cada canto, iba unido a algo", explicó Axun Lasa en el ciclo Experiencias para la convivencia: protagonismo de víctimas y victimarios.

Confesó que esta vivencia le benefició primero de forma personal, pero afirmó tener "la seguridad de que en la sociedad se pueden buscar espacios de escucha, porque es algo que nos beneficia un montón". "Es solo una gota de agua, pero si ha servido para que alguien pueda recapacitar, bienvenido sea, sin dar soluciones ni convencer a nadie", añadió Garrido. "A mi me ha aportado mucho, sigo con mis ideas de antes, como todos, no hace falta cambiarlas, pero me ha abierto a ver el otro lado", concluyó.