LA efervescencia de proclamas a favor de la "unidad nacional española" subió como la espuma el pasado fin de semana. Y recibió, como siempre, el cómplice eco cuasi unánime de toda la prensa española, reivindicando el proyecto de nación única y excluyente, la española, por debajo de la cual solo hay ciudadanos, no hay lugar para ningún otro sujeto político. Esa aparente fortaleza del discurso unionista es a su vez prueba misma de su debilidad, porque socava bajo la invocación de la democracia el propio pluralismo que esta dice impulsar. E incentiva un discurso frentista, que interesa al gobierno español para opacar otros debates en los que su acción de gobierno queda malparada.
Este discurso de cierre de filas en torno a la omnímoda y omnipotente dimensión del único Estado-nación integrado por súbditos individuales contextualiza el debate que ha de abrirse en Euskadi en torno a nuestro estatus político, identitario y competencial. Y ante el anuncio del lehendakari del inicio de un trabajo serio, riguroso jurídica y políticamente, comienza el pressing mediático orientado a demonizar esa reflexión colectiva y de país, aderezado todo ello con una campaña mediática silente, poco aparatosa pero muy eficaz, que cala en las conciencias individuales como el sirimiri, y que se fundamenta en la premisa del olvido interesado y falaz, en la ausencia de toda puesta en valor de los avances socio-económicos y políticos que el autogobierno ha traído aparejado para nuestro país en estos últimos treinta años.
Hemos de superar juntos, dentro de Euskadi, tanto la resignación derrotista como la acomplejada percepción de lo vasco como algo periférico o marginal. Hemos de avanzar como pueblo vasco en abrir la senda del reconocimiento político y constitucional explícito de una democracia plurinacional, con una demanda fundamentada de mayor autogobierno como garantía de mayor prosperidad social (colectiva e individual) para los ciudadanos vascos
Hace falta una renovación del discurso soberanista, definido como no excluyente ni clasista, apegado a la realidad sobre la que debe proyectar su política del día a día, y que permita generar, mediante el pacto cómplice con los ciudadanos vascos, un impulso social, una marea que supere de forma constructiva y no rupturista (salvo que vivamos en la utopía permanente) el agotado sistema del Estado autonómico.
Existimos como sujeto político. La práctica totalidad de fuerzas políticas, salvo PP y UPyD, admiten el concepto de una democracia y varios demos, varios sujetos políticos. El monopolio estatalista no se sostiene, pese a que resulte cómodo y útil para perpetuar la actitud ventajista y cicatera del moderno constitucionalismo españolista.
Pretender tratarnos como menores de edad (políticamente hablando), y fosilizar la permanente tutela del Estado como si no fuésemos capaces de gobernar la sociedad vasca por nosotros mismos debilita en realidad al propio Estado. La emancipación parcial y controlada de una mera suma de competencias añadidas no es suficiente. Tenemos Derecho (fundamento jurídico) y conciencia colectiva (sentimiento nacional) para reclamar, frente a nadie, sino por nosotros mismos, un desarrollo orgánico de nuestro orgánico que haga realidad política y jurídica nuestra nación vasca en Europa.
Solo desde la lealtad y la confianza recíproca, tradicional en el devenir de los derechos históricos (recordar el Pacto de la Concordia, de 1630, en tiempos de Felipe IV) podrá superarse esta etapa de enquistamiento, y de forzadas y parciales emancipaciones plasmadas en el goteo cicatero del cumplimiento todavía no íntegro de nuestro Estatuto de Gernika. El sentido auténtico de esa Disposición Adicional Primera constitucional solo puede concebirse unida a tres conceptos: su conservación, su modificación y su desarrollo.
La inercia del bloque de Constitucionalidad fijado en 1978, en el contexto de una entonces (y ahora, todavía) inmadura y frágil democracia, ¿debe subsistir normativamente sine die, sin plazo de caducidad, como si estuviese escrito sobre mármol y fuese imposible el más mínimo retoque? ¿Por qué se sacraliza una andamiaje institucional construido más bajo el temor a una involución democrática que mirando al futuro? ¿Por qué no se afronta con valentía política, acudiendo al corazón troncal de la democracia, la apertura de una etapa catártica que permita superar el debate inagotado sobre nuestro estatus como pueblo vasco, tal y como nos define el vigente artículo primero del Estatuto de Gernika?
¿Quién puede reprochar como técnica de avance en el autogobierno responsable la extrapolación de la potencia del Concierto Económico (que instaura y reconoce una bilateralidad confederal entre Estado y Euskadi) al Concierto Político? Vivimos en la era de la posmodernidad? y necesitamos renovar las viejas y desfasadas concepciones políticas. El frentismo conduce a la involución. Y el paso previo al entendimiento (sea por convicción, sea por interés) es la exposición razonada de nuestros objetivos y retos como pueblo vasco. Eso es lo que tenemos en juego: la coherencia y la profundización en nuevas y modernas técnicas y tácticas de autogobierno es la ruta a seguir para renovar y ampliar la confianza con una amplia mayoría social de nuestro país.