Poliedroa
Por iñaki gonzález
¿CUÁNTO dura un año? La pregunta no es gratuita, aunque parezca estúpida. Viene al calor del aniversario de las últimas elecciones autonómicas vascas, que se cumple pasado mañana. Y el motivo de hacerla es fruto de una revisión del panorama, objetivos y dudas con los que los partidos llegaron a aquella cita y la posición estratégica en la que se encuentran hoy esos partidos y quienes los lideraban y lideran.
Aquellas elecciones llegaron marcadas por el anuncio, un año antes, del cese definitivo de acciones de ETA. Una noticia que todavía celebramos pero que también abrió expectativas en términos meramente electorales. El regreso al Parlamento, en forma de coalición, de una candidatura reconocible de la izquierda abertzale y el resultado obtenido por su equivalente un año antes en las elecciones municipales y forales animaba en su entorno el discurso del sorpasso al PNV. La candidatura que constituyeron los partidos de Bildu más Aralar eligió un perfil amable, lejos de las líneas de discurso duro que había caracterizado a la ortodoxia de la izquierda aber-tzale, proyectado a través de Laura Mintegi.
Pero los cálculos, a pesar de haber cosechado un gran resultado, no salieron y desde esa primera noche quedó en la coalición la sensación de haber tocado techo. Fue, de hecho, el primer aliento a los sectores que, en el último año, han dado un giro al tono de la coalición, que ha proyectado nuevos protagonismos y ha empezado a orbitar, nítidamente, en torno a Sortu. Se potencian ahora caras nuevas como Hasier Arraiz o Julen Arzuaga, se han ido viendo minimizados en su protagonismo parlamentario los nombres de la primera fila de la coalición en su proceso de constitución como Matute o Maeztu y especialmente Agirrezabala y Urizar. En ese tránsito Mintegi, imagen de marca de la coalición, ha ido perdiendo protagonismo hasta desaparecer desde que se animó a afirmar que la existencia de ETA no tiene sentido. Los procesos judiciales y los aniversarios que toca manejar parecen requerir de un discurso más aguerrido.
Aquel 21 de octubre el PNV ganó las elecciones y el resto tomó buena nota. Aquella misma noche se apuntaron a la oposición a bloque una EH Bildu decepcionada, un PP minimizado y un PSE enrabiado. Arrancaba Urkullu un período en el que las tensiones de la legislatura anterior iban a propiciar una travesía del desierto en términos de inanición política porque la consigna en los escaños de la oposición era clara: ni agua. Los guiños y ofertas cayeron en terreno baldío y el coste de este período fue la imposibilidad de aprobar presupuestos. Lo que vino a continuación fue una iniciativa que casi era un ultimátum a la responsabilidad de los partidos: la situación económica requiere Presupuestos y un consenso básico para propiciarlos en las instituciones; requiere una estrategia de reactivación de la economía; y requiere una reforma fiscal que aporte los recursos que garanticen los servicios públicos. Sin todo esto, no hay capacidad de gobernar. Lanzado ese guante, Iñigo Urkullu cedió la cocina a Andoni Ortuzar y se centró en la gestión del día a día. La apuesta ha permitido que, un año después, vaya a haber reforma fiscal armonizada y una mayoría que la respalda, un consenso suficiente en el Consejo Vasco de Finanzas y la antesala a unos presupuestos para el año que viene. En definitiva, en este tiempo se ha desatascado la legislatura, recuperado consensos básicos y afianzado el modelo de bicefalia que está en el ADN del PNV.
El bloque perdedor hace un año salió herido de la cita. En el PSE han recompuesto filas transitando en dirección inversa el camino que llevó a buena parte de su estructura ejecutiva a Lakua. En el proceso ha quedado fuera de vista un sector del partido que trató de hacerse notar en la renovación de la Ejecutiva en Araba y paga el precio de la derrota. A Patxi López hay que reconocerle que en este año ha cumplido su compromiso de aguantar en la oposición, aunque sea difícil olvidar que es a la vez su palanca para dar un salto -que ya parece entrar en sus propios planes- hacia una responsabilidad en el PSOE. En este tiempo su partido ha pasado de compartir presupuesto con Bildu en Gipuzkoa a alimentar la censura de Garitano; de salir de un gobierno con el PP a vetarlo en la primera fase del diálogo con el PNV, con el que ha restablecido los cauces de diálogo una vez satisfecha una cierta necesidad de girarle a Urkullu la factura de las cuentas prorrogadas.
Pero quien acumula dudas es el PP. Ha girado 180 grados: de ser apoyo imprescindible del anterior gobierno a verse necesitado de resolver sus propias urgencias en Araba. El precio de la irrelevancia parlamentaria lo pagó Antonio Basagoiti pero no lo amortiza Arantza Quiroga, a la vista de que los populares de la CAV se hicieron valer como nexo necesario hacia sus mayores en Madrid pero la realidad les ha orillado también en ese ámbito. Todo esto ha durado un año. ¿Y los tres próximos?
Un largo año
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En un par de días se cumplirá un año de las últimas elecciones autonómicas y las posiciones estratégicas de los partidos e incluso la situación de sus líderes parece haber sido sometida a un centrifugado de deseos y necesidades que ha cambiado toda la escena
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El precio de la irrelevancia
parlamentaria del PP lo
pagó Basagoiti pero no lo
amortiza Quiroga, que
quiso hacer del PP vasco
nexo necesario hacia sus
mayores en Madrid pero
se ha visto orillada