LA única euskal etxea que se denomina diferente en el mundo es la de Nueva York. El domingo se celebró por todo lo alto su cien aniversario, bautizada por sus fundadores como Euzko Etxea para no olvidar que, a miles de kilómetros de distancia, había un hogar al que regresar y que allí, ya pasado el océano, y tras múltiples penurias en el viaje, siempre podrían recordarlo juntos bajo un mismo techo.

Porque el viaje, a finales del siglo XIX y principios del XX, no era como ahora. Ni de lejos. Primero, había que salir de Euskadi con un trayecto a caballo o en tren hasta Bilbao o Donostia, atravesar Francia hasta llegar a sus puertos y, después, esperar varios días para completar el papeleo. La recompensa, un viaje en un barco de mercancías entre 14 y 30 días, dependiendo del itinerario, las tormentas y el tipo de embarcación.

Cien años después, sus descendientes todavía conservan el orgullo de ser de una tierra que, casi todos, han visitado con más o menos asiduidad y de cuya pertenencia destacan con orgullo. "¿Euskaldun? Siempre, y con orgullo", coinciden cuando se les pregunta por el sentimiento de ser vascos. "Un hogar vasco al otro lado del Atlántico", les señaló el lehendakari Iñigo Urkullu durante la gala con el agradecimiento por delante de estar en ese momento entre ellos de celebración. Urkullu, que se demoró alrededor de una hora en su llegada, según explicó ayer él mismo por problemas de organización interna, les señaló que "os necesitamos para construir un futuro común y mejor para Euskadi en un mundo global". Previamente, con el ambiente algo enrarecido, el presidente de la Euzko Etxea, Aitzol Azurtza, reivindicó el papel de la organización como reflejo de la "pluralidad vasca".

También entre los asistentes, el presidente de la Real Sociedad, Jokin Aperribay, más aclamado que, incluso, alguno de los grupos musicales invitados, entre ellos los afamados Kalakan. El delirio, cuando hizo entrega de una camiseta bautizada Euskal Etxea Nueva York con el número 100 y firmada por todo el equipo.

del pan francés a los pintxos A los que hace cien años decidían continuar su camino, la mujer de Valentín Aguirre, precursor de la Euzko Etxea junto con otros doce inmigrantes vascos, les preparaba una enorme cesta de comida con pan francés, tortilla, chorizo, jamón y fruta. Ayer, en la barra instalada para la fiesta, los pintxos eran el principal atractivo, además de buen vino. Es el salto del siglo XIX al XXI. Habrá que esperar para saber qué ofrecen los vascos en el próximo siglo. Porque seguro que no fallan.