Marta Martín

Nueva York. Seis semanas después de los atentados de Nueva York en 2001, quienes buscaban entre los escombros encontraron un viejo peral, el único árbol de la zona de las torres gemelas que sobrevivió a la devastación de su caída. La ciudad supo entonces, asumió, que ya no se encontrarían más supervivientes. Pero también, que era posible salir adelante de entre miles de toneladas de polvo y acero y continuar.

Hoy, ese árbol, uno de los símbolos de la zona cero todavía en reconstrucción, se ha convertido en ejemplo de resistencia y esperanza. A través de su tronco se visualiza, como una marca de agua debajo de un puente, el antes y después del 11-S.

Y bajo él, junto a una corona con rosas reflejo de la ikurriña, el lehendakari, Iñigo Urkullu, entregó ayer una parte del roble que entre 1860 y 2005 permaneció como árbol de Gernika, en muestra de respeto y reconocimiento del pueblo vasco al trágico suceso. Una aportación como muestra del "resurgir de la vida". El presente de Euskadi forma ya parte de la colección del memorial de la Fundación del 11-S, con un museo construido alrededor de motores de avión, ascensores o camiones de bomberos que, por su peso, ha sido imposible trasladar. Memoria en construcción que no se olvida, cada día, de los 2.983 niños, mujeres y hombres que perdieron la vida. Un empleado se encarga de buscar el nombre de cada víctima -entre los miles tallados alrededor de dos piscinas que recuerdan dónde se encontraban las torres- para colocarle una rosa blanca. Sólo el 40% de las familias de las víctimas pudo enterrar algún resto de sus seres queridos.

"Visitar este lugar -dijo Urkullu- es sentir la empatía con las familias de las víctimas fallecidas y los miles de heridos. Por eso, estando aquí, las emociones nos llevan a recordar a todas las víctimas del terror y de la violencia del mundo, y de nuestro país". Y, aquí, la memoria, expuso, puede servir para entender también que, "desde el sufrimiento, podemos construir una sociedad basada en unos valores que son constructivos".

Queda mucho camino por delante para que Nueva York recupere el espacio que le arrebataron los atentados del 11 de setiembre. Por aquí han pasado diez millones de personas desde que la zona fue abierta al público. Millones más pasarán en los próximos y conocerán la resistencia del viejo peral. Y, en silencio, en el memorial, un trozo del viejo roble de Gernika permanecerá en recuerdo de otra historia, menos conocida para muchos, pero irrenunciable para miles.