BERLUSCONI está viviendo sus últimas bocanadas de gloria política ahogado en el marasmo que él mismo había pergeñado para evitar ser expulsado del Senado tras haber sido condenado en firme por fraude fiscal en el caso Mediaset. La primera estrategia de Berlusconi para posponer la reunión de la comisión del Senado, prevista para el viernes para estudiar su expulsión, fue el anuncio de dimisión de los parlamentarios de su partido, el PDL.
Los nervios de Berlusconi, que decía no comer, no haber dormido desde hace más de 50 noches por la persecución a la que estaba siendo sometido por una "magistratura de izquierdas", le traicionaron al adoptar una decisión a todas luces contraria no sólo a los intereses de Italia, sino a los suyos propios, cuando "invitó" el sábado por la tarde a sus cinco ministros a dimitir del Gobierno. Un fatal paso en falso. Los ministros dimitieron en bloque, pero a los pocos minutos comenzaron los dimes y diretes de los propios titulares dimisionarios, que dijeron abiertamente no estar de acuerdo con la orden de su líder. Acorralado y desconcertado, el golpe de gracia se lo dio a sí mismo el propio Berlusconi al anunciar en su turno de palabra en el Senado que votaba a favor del Gobierno. El triunfo de Letta, con 235 votos a favor, significa el principio del fin de la vida política de Berlusconi, perdido en sus propias contradicciones y con una fractura de su hasta ahora compacto partido, difícil de reconstruir y reconducir.
Su expulsión del Senado significaría además que no puede presentarse a unas elecciones durante los próximos seis años si finalmente se termina aplicando la llamada ley Severino del Ejecutivo de Mario Monti, aprobada en diciembre pasado. Una expulsión, que una vez dado el visto bueno de la comisión, debe ser votada por todo el Senado. El empresario, siempre si el Senado decide expulsarlo, deberá elegir entre arresto domiciliario de un año o realizar labores sociales.
Il Cavaliere, de 77 años, que se refugia en su novia Francesca Pascale, de 28, se enfrenta también a un posible nuevo juicio por el caso del supuesto pago al senador Sergio De Gregorio, para que pasase a su formación e hiciese caer en 2008 al Gobierno de su adversario Romano Prodi. Los italianos asistieron ayer al declive de un dios menor para muchos, y para otros, el de un personaje que ha antepuesto sus intereses personales al bien común de Italia y de todos los italianos.