ES evidente que los méritos de Carlos Iturgaiz para llegar hasta donde llegó no han sido consecuencia de su preparación académica, ni tampoco de su prudencia política. El bagaje intelectual del europarlamentario está resumido en su currículum oficial descrito por Wikipedia: "Con familia de orígenes carlistas, Iturgaiz se crió en Portugalete, donde estudió en el Colegio de Santa María. En un principio se le consideró mal estudiante y encaminado a la Formación Profesional. Sin embargo, en su adolescencia, una vez hubo cambiado de instituto, enderezó su carrera académica. Posteriormente inició estudios de lenguas clásicas, que abandonaría para titularse como alumno de primer curso de acordeón".
Eso es todo. Bueno, habría que añadir un fugaz paso por el euskaltegi y un habilidoso desparpajo que aprovechó para hacerse pasar por el único dirigente euskoparlante del PP. Detalle que le valió durante sus mejores años para sacar pecho y trepar en el escalafón.
Carlos Iturgaiz es uno de lo más eximios representantes del PP vasco en los tiempos duros. A la sombra de Jaime Mayor Oreja, asumió el papel de mamporrero contra el nacionalismo vasco a cuenta del horror provocado por ETA. Le tocó aprovechar la ola de indignación y de ira desencadenada por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, y protegido bajo el paraguas de la mayoría parlamentaria de José María Aznar, protagonizó como presidente del PP vasco una desaforada ofensiva primero directamente contra el MLNV y después extendida contra el nacionalismo democrático.
Una ofensiva arrogante trufada de insultos, desprecios y agravios continuos tanto en los medios como en las instituciones. Una ofensiva con la que pretendió capitalizar el aborrecimiento casi unánime provocado por el asesinato del concejal popular de Ermua, convirtiéndolo en odio teledirigido desde la presidencia de su partido sobre los diversos colectivos, foros, bastayás y demás grupos de choque, subvencionados quién sabe si tirando de la caja de Bárcenas. Contra todo sentido común y lógica política, tuvo, pues, Carlos Iturgaiz su época de esplendor basada en la agresividad casi histriónica sobre el monotema y sin que pareciera resentirse de su retórica torpe y repetitiva, ni de su incapacidad negociadora, ni incluso de sus hábitos de pícaro y trilero capaz de votar a dos manos en el Parlamento Vasco.
Hasta que le pasó por encima la otra ola, la del hartazgo social contra la crispación provocada por el acordeonista y sus fieles. La ola del tiempo nuevo que se veía venir y que Iturgaiz nunca quiso conocer ni creer. Y, como desgraciadamente suele suceder en el funcionamiento de los partidos políticos, no se tomó la determinación de fulminarle del colectivo de dirigentes sino que se le envió a ese cementerio de los elefantes que es el Parlamento Europeo donde pudiera vaguear cuanto quisiera, ganar un sueldazo y tenerlo lejos para que no estorbase.
En ello estaba el acordeonista Iturgaiz, neutralizado, cuando de repente reaparece conspirando. Porque, sin duda, eso de salir a los medios para airear los trapos sucios de su PP vasco no se le ha ocurrido a él. Una vez más, Iturgaiz ha obedecido los deseos de su padrino Jaime Mayor y el lado oscuro de Génova, primero y principal para desviar la atención de la que le está cayendo al PP español a cuenta de Bárcenas, y segundo, por si suena la flauta, para advertir a los actuales dirigentes del PP vasco de que solo recuperará su fuerza en Euskadi blandiendo el zurriago del todo es ETA y que el PNV es la madre de todo "ese magma". Y el acordeonista salió al escenario, desentrenado o, al menos, perdida la noción del tiempo, para interpretar la sinfonía de las dos almas del PP vasco. O sea, la de los que pretenden tomarse cafés y saludarse educadamente con los proetarras de Bildu, y la de los que solo deben aislarles, ignorarles, insultarles incluso. La dirección, dice, debe elegir: con ellos o contra ellos. Por supuesto, él, el acordeonista, se apunta a los segundos.
Y puesto a desafinar, Iturgaiz añade un nuevo movimiento a su sinfonía: "El PNV sigue amamantando a la bestia". Él, el acordeonista, lo ha comprobado en la Aste Nagusia bilbaina. Como el PNV no ha empalado a la txupinera, para el acordeonista está claro que "no quiere la derrota de ETA". La caduca teoría del árbol y las nueces que tanto predicó Mayor Oreja por sí y por periodista interpuesta.
Toda esta verborrea es tan vieja, tan anacrónica, tan aburrida, que el resultado de esta fugaz irrupción de Carlos Iturgaiz en concierto ha sido un fracaso. Los dirigentes del PP vasco, a quienes iba dedicado, le han abucheado la actuación, porque de dos almas nada. Otra cosa es que esa única alma del PP, en el fondo-fondo, quizá coincida con los deseos de Iturgaiz. Pero Arantza Quiroga prefiere no desafinar y a la chita callando seguir manteniendo encendida la vela de la intransigencia. O acaso, el PP vasco ni siquiera tiene alma.