la mítica revista La Codorniz, auténtica y satírica válvula de escape para el libre pensamiento durante la cuarentena franquista, incluía una sección inolvidable denominada La oficina siniestra. Los intérpretes más entendidos del semanario coinciden en que esa sección se apuntaba al omnipresente sistema de censura y represión de la dictadura. Representaba a sus personajes según el escalafón, superjefe, jefes, jefecillos, pelota primero, pelota segundo, y así sucesivamente. El escenario de las viñetas, un espacio lóbrego, ramplón, donde funcionarios avinagrados escudriñaban papeles que hacían llegar al superjefe para que les echase la firma y sello.
En esa oficina siniestra que es la Delegación del Gobierno en la CAV campa a sus anchas el superjefe Carlos Urquijo, con la lupa y los manguitos recibiendo de sus alcahuetes -pelota primero, pelota segundo y hasta el infinito- los papeles inquisidores a los que pondrá la firma y sello del resentimiento y la revancha.
Carlos Urquijo, según se ve, no parece tener más ocupación que escudriñar programas festivos, balcones y fachadas consistoriales, individuos homenajeados, textos musicales, diálogos de payasos y, por supuesto, carteles, pancartas y murales. El superjefe de la "Oficina siniestra", una vez husmeada la presa, toma nota con firma y sello y acude presuroso al juzgado para que mande a parar y se frustre la fiesta.
Laudio se queda sin pregón y la Aste Nagusia bilbaina sin txupinera, ya está el ambiente crispado, las fiestas perturbadas y el ego del delegado del Gobierno complacido. Ya ha creado un problema donde no lo había, ya ha colmado la irritación al personal se supone que mayormente abertzale, ya ha culminado la gran cagada del verano. A este personaje tocapelotas le importa una higa el malestar, el trastorno y la indignación que provocan sus chinchorrerías, porque gracias a su implacable persecución de "proetarras" nunca le vendrá mal la palmadita complacida de su padrino Jaime Mayor.
Al margen de la inexplicable cooperación que Carlos Urquijo logra de algunos jueces, sería interesante conocer con detalle al ejército de sus alcahuetes, ya sean funcionarios de la "Oficina siniestra", o espontáneos con ansias de medrar o, por qué no, informadores profesionales con acceso al detalle de lo que se programa en cada pueblo, o se cuelga en cada balcón, o cada protagonista con antecedentes de cualquier pequeño evento. Una vez detectada la presunta transgresión, ahí está él, aprendiz de Torquemada, blandiendo la porra, dispuesto a aguar la fiesta y ganar puntos en Génova por si algún día cae algo.
Así es y así nos atormenta este alto funcionario del tres al cuarto cuyo único mérito es ejercer de inquisidor de opereta contra todo lo que huela a batasuno. Aventajado y obsesivo alumno de la alucinada doctrina "todo es ETA", rastacueros de la pura represión, se le hacen los dedos huéspedes cada vez que sus chivatos le aportan los datos de archivo de sus víctimas. Parientes en primer, segundo, tercer o enésimo grado de preso/presa de ETA, figurantes en listas electorales de cualesquiera nomenclaturas de la izquierda abertzale desde la Mesa de Alsasua, firmantes de manifiestos de solidaridad, o de denuncia, o de adhesión de alguna causa pretérita, presente o futura, constan en el archivo de su "Oficina siniestra" para que el aguafiestas corra a denunciarles y a interrumpir pregones, txupines o sokamuturras si fuera necesario.
Y descrito ya el personaje y sus nefastas aficiones, es preciso volver a denunciar la perniciosa manía de apelar a antecedentes, parentescos y pretéritas vinculaciones, rebelarse contra el abuso legal que altera gravemente la convivencia e impone la discriminación o demonización de un amplio sector de la sociedad vasca. Ya basta de la imputación o marginación en cascada de personas con sus derechos ciudadanos, jurídicos y políticos en pleno vigor.
Ya basta de denuncias y delaciones alevosas, de chivatos serviles y conspiradores empeñados en impedir la normalización de la convivencia en este país. Ya es hora de que todos tomen nota de que a partir del 20 de octubre de 2011 ETA no ha vuelto ni volverá a ejercer la lucha armada, y que en consecuencia es necesario modificar leyes, variar criterios y evolucionar hábitos adquiridos.
Ya basta de manipular eso de la protección a las víctimas como justificación de prácticas inquisitoriales que no hacen más que enturbiar la convivencia y cargar siempre contra los mismos. Que Pablo Gorostiaga pronuncie el pregón en Laudio o Jone Artola prenda la mecha del txupín de Aste Nagusia no ofende a ninguna víctima de ningún terrorismo, si no es en la mente enfermiza y obsesionada de este nefasto delegado del Gobierno en la CAV. Que se vaya de una vez.