Salvo los diputados y diputadas y las secciones de política de los medios de comunicación nadie habrá trastocado sus vacaciones por la comparecencia de Rajoy. Hubiera resultado absurdo hacerlo porque el contenido y el resultado de esa comparecencia estaba cantado de antemano: negaciones, cierre de filas, señalamiento de Bárcenas como único culpable, ovaciones desde sus propias bancadas y poco más. Para Mariano Rajoy, la comparecencia de ayer no fue sino un trago que había que pasar, sin más trascendencia. Si por él fuera, se habría ahorrado el trámite. De sobra es conocida su afición a meter la cabeza debajo del ala y su poco apego a las luces y taquígrafos.
Tres fueron las bases fundamentales de su discurso de ayer, construido en gran parte con argumentos del propio Rubalcaba, lo que evidencia que el PSOE no puede permitirse el lujo de ser rehén de su máximo dirigente ni un minuto más. La primera de ella, una innecesaria y sobreactuada justificación de los motivos por los que comparecía. Demasiado se extendió en hacernos creer que compareció porque él quiso y en ningún caso obligado por la amenaza de la moción de censura con la que había amagado Rubalcaba. Puso tanto empeño que acabamos por recordar aquello de excusatio non petita? Cierto es que a nivel interno, Rajoy se partiría de risa de una moción de censura sin posibilidad de prosperar gracias a su monolítica mayoría absoluta, pero también es cierto que si no fuese por el pánico al efecto que la presentación de esa moción de censura hubiese tenido en los mercados internacionales, Rajoy nunca habría comparecido en el Congreso. En este punto, dejó una joya de valor incalculable: su enérgica manifestación en el sentido de que nadie debe usar ninguna herramienta contenida en la Constitución como amenaza, lo que para quienes hemos sido tradicional objetivo de las collejas recibidas con ese texto legal no puede sino llenarnos de estupor y provocar una irónica sonrisa.
La segunda de las bases argumentales es la presunta mejora de la economía española para lo cual utilizó un par de datos sueltos, principalmente el descenso del número de desempleados desde el mes de marzo. Allá Rajoy si se cree ese argumento, pero a los demás que no nos haga comulgar con ruedas de molino. Ya llegará el mes de septiembre y cerrarán los chiringuitos veraniegos de las playas y echaremos otro vistazo a los datos de desempleo español. Y es que de todos es sabido que tradicionalmente, la única medida de fomento del empleo puesta en marcha por el Gobierno español ha sido esperar a que llegue el buen tiempo para que se produjera la cascada de contratos temporales en el sector hostelero de las zonas turísticas. No creo que sea algo como para sacar pecho en el Parlamento.
Y difuminado entre esas bases argumentales, el tema que debería haber centrado el debate: No ya la actuación de Bárcenas, sino la trama de financiación corrupta del PP y el efecto que esa trama corrupta tuvo en que ese partido ganara las elecciones por mayoría absoluta. El presidente del Gobierno no puede despachar el asunto diciendo que Bárcenas es el único responsable, como si Bárcenas fuese un champiñón que hubiese crecido furtivamente en la calle Génova. No, Bárcenas es parte de una trama que movía tanto dinero que nadie se percató que se desviaran 50 millones de euros hasta una cuenta en Suiza. Bárcenas es parte de la trama perfeccionada por el PP desde, al menos, los tiempos de Naseiro. Esperemos que los tribunales pongan las cosas en su sitio, o ¿es mucho esperar?