utilizados como escape social ante tanta crisis y tanta depresión, los futbolistas profesionales se han convertido en los gladiadores del siglo XXI. Han pasado en pocos años de ser personas populares a ser famosos, convertidos hoy día en personajes de pasarela venerados, idolatrados y entronizados socialmente de forma mitómana hasta límites que rayan el esperpento. Hemos pasado del circo romano, del coliseo, al estadio de fútbol. Casi cada día de la semana hay fútbol, hasta los tristes lunes por la noche, con horarios penosos, arrastrado por la tiranía de los derechos televisivos, se retransmiten partidos, un fenómeno que puede acabar destrozando la magia del fútbol en directo, transformando al hincha en frío espectador desde el salón de su casa o desde la barra de un bar; los informativos de todas las cadenas incorporan un largo bloque futbolero en cada emisión, y hasta los programas de crónica social se ocupan de todo lo que rodea a los futbolistas, convertidos en pasto de la "carnavalización" de nuestras vidas, donde todo lo de los famosos se airea, todo importa, sin lugar ni respeto a la tristemente menospreciada privacidad e intimidad.
Resulta ya una obviedad subrayar que el fútbol es mucho más que un deporte. Los sociólogos lo califican como un "hecho social total". Aglutina elementos icónicos y arrastra pasiones. Gestionar un club de fútbol equivale a profesionalizar un sentimiento, a ordenar mucho más que una empresa. Todo se mercantiliza, desde las camisetas cuyo diseño cambia cada año para forzar al apasionado seguidor a comprar el último modelo, hasta los propios jugadores, hombres-anuncio que sirven como reclamo publicitario y símbolo de un artificial, efímero y hueco éxito social.
Basta recordar, con la que ahora está cayendo, la arenga de Rajoy a los integrantes de la selección de fútbol antes de iniciar la competición de la pasada Eurocopa, al recordarles que se necesitaba una alegría colectiva. La única manera de generar autoestima colectiva y de aunar sentimiento "nacional" por encima de coyunturas tan duras como la actual pasaba por aferrarse a algo tan aleatorio como un resultado futbolístico. La ola patriótica que siguió al éxito deportivo-futbolero pareció dar la razón a esa estrategia, y mientas haya fútbol todos los demás problemas sociales parecen quedar hibernados, dormidos. Con razón se habló del fútbol como el nuevo "opio" del pueblo.
¿Estallará la burbuja del fútbol profesional tal y como ha ocurrido con la burbuja inmobiliaria? Afortunadamente, la gestión de Real y Athletic está siendo una honrosa excepción dentro de un contexto, el de los clubes adscritos a la Liga de Futbol Profesional, caracterizado por una permanente huida hacia adelante, sin modelo, sin control, con permanentes parches contables para seguir en el desenfrenado gasto, pendiente todo de que el balón entre, de que la clasificación eleve el estado de ánimo de los aficionados, y de que los derechos televisivos sigan siendo un aparente maná de ingresos. Pan para hoy, hambre para mañana.
El resultado de una inercia competitiva descafeinada cada año más por el enorme desajuste entre presupuestos hace que de facto haya tres ligas en una: la A, que disputan cada año solo Barça y Real Madrid, por el título de campeón; la B, a la que se asoman los clubes que pugnan por lograr un puesto en competiciones europeas, y la C, la del pelotón mayoritario de clubes que pelean por mantenerse en la élite. El modelo económico y competitivo del fútbol español es claramente insostenible, tal y como brillantemente argumentó ya en 2010 en el Congreso Aitor Esteban, el diputado del Grupo Vasco.
Los gastos superan a los ingresos generando permanentes pérdidas de explotación y los clubes se ven forzados a generar plusvalías atípicas por la vía de resultados extraordinarios, vendiendo a jugadores y buscando ganancias a través de determinadas operaciones inmobiliarias: de ello, de pelotazos urbanísticos, han vivido artificialmente muchos de los balances de los clubes de fútbol durante épocas pasadas.
La actual coyuntura económica impide que el mercado de traspasos de jugadores alcance los precios de las transacciones que años atrás fueron alimentando la burbuja de fichajes. Esto va hacer que sea prácticamente imposible alcanzar aquellos beneficios que se obtenían con el traspaso de futbolistas. Esa espiral de incremento de precios se trasmite igualmente en los costes salariales de los jugadores. La desproporción entre los ingresos de explotación que facturan los clubes y los costes inherentes al factor trabajo en que incurren es uno de los desencadenantes cruciales de la insostenibilidad del modelo económico del fútbol profesional.
Pero algo comienza lentamente a variar, ya que tanto el reciente Reglamento de Control económico de los clubes como la toma de conciencia de las instituciones europeas sobre la necesidad de controlar tales excesos de gasto deberán ayudar a racionalizar el sistema. Y, por qué no, en pie de igualdad podremos soñar con volver a repetir los éxitos de los años 80 de nuestros equipos vascos, cuando de verdad había competición deportiva!