pamplona. acierta Yolanda Barcina cuando constata que en el 9º Congreso de UPN no se han dirimido diferencias ideológicas. Sin embargo, ahí radica precisamente el drama de la fractura interna que la reelegida insiste en relativizar, en que esta Desunión del Pueblo Navarro no se ha debido al cuestionamiento de los pilares programáticos -lo esencial se supone en todo partido político-, sino a la personalísima impronta de la presidenta, a sus cobros faltos de mucha ética y toda estética, y a una estrategia de aproximación al PP que deja al regionalismo en tierra de nadie. Todo ello parte sustancial de lo que Barcina esconde...o por lo menos lo intenta.
Idéntico derecho le asiste a proclamar que el resultado del cónclave interno fue tan ajustado como legítimo y que esos 76 sufragios de diferencia con Alberto Catalán no tienen parangón con los 112.000 navarros y navarras que le dieron su confianza en mayo de 2011. Sin embargo, y comparativa por comparativa, los 871 correligionarios que se decantaron el domingo por su candidadura representan el 0,18% de los 485.386 electores totales de las últimas elecciones autonómicas, guarismo que asciende al 0,27% con la referencia de los 327.281 votantes efectivos.
40% en casa Aunque, metidos la harina de los números, no deja de sorprender que el 40% de los afiliados a UPN con derecho a voto -un millar en números redondos- se quedara en casa tratándose de una cuita interna de semejante voltaje, una realidad que Barcina igualmente soslaya cuando en su condición de rectora de la sigla la desmotivación de sus simpatizantes debiera inquietarle.
La pregunta es para qué militar en un partido cuando uno no se siente concernido por el modelo de liderazgo. Con la agravante de que sobre la cita dominical sobrevolaba la sombra de la indecencia a cuenta básicamente de las dietas opacas de Can. Referentes de la candidatura de Catalán atribuyen al enconamiento promovido por Barcina esa desmovilización, cuya medida la da que los 1.667 afiliados que ayer votaron son 116 menos que los que lo hicieron en 1993, en la pugna entre Jesús Aizpún y José Ángel Zubiaur.
¿respeto a la pluralidad? En la misma línea de cargarse de razones, Barcina también se afana por poner en valor la democracia interna que rige en UPN, al menos para escoger a sus cargos unipersonales. Ciertamente, este sistema asambleario del regionalismo resulta en teoría un paradigma, pero en este congreso ha redundado en la clamorosa perversión, fruto de los apaños previos, de que quien ha obtenido casi la mitad de los votos no aporta a la Ejecutiva más que un representante electo.
En estas circunstancias, sería de justicia arbitrar un mecanismo corrector para integrar de forma fehaciente al 47% derrotado. Sobre todo para que ese medio partido no se aposente en lo alto de la tapia a la espera de un tropezón, mayormente electoral porque quedan cuatro años para el próximo cónclave. Para minimizar el riesgo de que ese frente se cronifique, Barcina podría optar por una magnanimidad que desde luego no ha sido su pauta de comportamiento. Bien entendido que ella tampoco expresa cuál es su concepto de integración ni cómo la materializaría, mientras que sí apuesta públicamente por una "renovación real".
Claro que para poner al partido en fila detrás suya Barcina podría adelantar las elecciones con el fin añadido de restañar un liderazgo que ha pasado en cuatro años del 89% al 51%. Obviamente, esa posibilidad ya está en su agenda, si bien los propósitos concretos son materia reservada por mucho que la lógica apunte al debate de Presupuestos de otoño como el momento procesal a partir del cual disolver el Parlamento.
A por el PSN Barcina también se manifiesta con una ambigüedad calculada sobre sus planes inmediatos. Porque a la vez que se aferra a la poltrona apelando a la responsabilidad del mismo PSN al que expulsó del Gobierno no explica cómo piensa seducirle otra vez para sacar adelante sus proyectos y que el Legislativo no los frustre como sucedió con la reforma sanitaria. Las renuncias ideológicas a las que accedería resultan asimismo secreto de sumario.
Probablemente porque Barcina cree que tampoco serán necesarias, dando por hecho que el PSN no va a participar de una moción de censura con los votos de Bildu -de nuevo ETA en el frontispicio- y que por tanto no tensará la cuerda hasta romperla más allá de haberse sumado a la estéril exigencia de su dimisión.
Otra de las incógnitas a despejar es si, en caso de intentar la culminación de la legislatura -casi dos años y medio por delante, una eternidad-, Barcina relevaría a alguno de los consejeros que el domingo le aplaudían con gran frenesí para reactivar un Gobierno plano y superado por los acontecimientos cuando los relevos se antojan complicados por la debilidad del propio Ejecutivo.
udas todas cuya resolución acreditará hasta qué punto Barcina cumple con el Principio de Peter, según el cual todos tendemos a ascender hasta nuestro nivel de incompetencia, el tope en su caso como presidenta foral.
Los 871 votos dominicales de Barcina significan el 0,18% de los electores en las últimas autonómicas
Está por ver cómo cumple con el Principio de Peter, si ya ha llegado a su nivel máximo de incompetencia
Barcina saluda tras ser reelegida el domingo al frente de UPN. Foto: patxi cascante