cuanto menos aporta un político, más ama a su bandera. Esta sabia afirmación la realizó el escritor estadounidense Frank McKinney. El debate identitario, la necesidad (parece que irrefrenable) por parte de ciertos políticos de obligarnos a aparecer como encasillados maniqueamente dentro de un bloque u otro provoca tensiones sociales tan estériles como innecesarias. Y de esta hueca y recurrente polémica se prevalen y retroalimentan finalmente unos y otros. Para no discutir sobre símbolos, para superar el debate hueco en torno a elementos totémicos que enciende pasiones, hay que poder previamente debatir democráticamente sobre las realidades nacionales que subsisten dentro de esta estructura política estatal llamada España.

No considero la bandera ni el himno español mis símbolos. No siento empatía alguna, ni política ni cultural, hacia ellos. Ni los siento como propios ni comparto el forzado y obligado sentimiento de pertenencia que al parecer despiertan. Los respeto, desde la desafección y el desapego, como quiero que los demás respeten los míos. Pido para nuestra ikurriña el mismo respeto que exijo a los que desde una ventajista posición de Estado-nación aplican el rodillo armonizador. La alcaldesa de Madrid, Ana Botella, olvidándose del pluralismo democrático y del respeto a las realidades plurinacionales, pidió hace días un respeto a los símbolos "nacionales" (léase estatales), a los que calificó como "fundamentales", y aseguró que ante las pitadas y abucheos que se producen en algunos eventos deportivos, como la final de la Copa de baloncesto en Gasteiz, se debería "poder hacer algo". Como ejemplo de patriotismo, ha confesado que ella tiene una bandera de España en su jardín. Para la alcaldesa de Madrid, colocada en su puesto no por votación del pueblo madrileño sino por decisión de Gallardón tras ser este nombrado ministro de Justicia, los símbolos del Estado son de "todos" y sirven para demostrar el sentido de "pertenencia". Y ha asegurado que en España se debería "aprender" de lo que sucede en países como Estados Unidos, donde los símbolos son "muy importantes".

La alcaldesa parece olvidar cuatro baluartes del Estado de Derecho: libertad, justicia, igualdad y pluralismo político. Esos son los cuatro pilares sobre los que se asienta el denominado y supuesto Estado "social y democrático" de Derecho sobre el que intentamos construir nuestra convivencia. Esos cuatro conceptos son moldeables (y maleables) por vía de interpretación (política y/o judicial). ¿Por qué no debatir sobre los contornos básicos, sobre el mínimo común denominador social y político que nos permita de una vez y para siempre superar esta pesada losa de anormalidad democrática en que aparece instalada nuestra inercia diaria?

Endeble para unos, sólido para otros, siempre hay quien se prefiere (y se empeña) en polemizar sobre los símbolos: himnos, banderas? Todo vale para elevar el tono de crispación de forma hueca pero eficaz para sus propósitos. Aquí se ensalzan o se demonizan banderas según la combinación de colores y, como siempre, el debate identitario nos traslada a nuestras viejas guerras banderizas, al macabro guiño histórico que nos remonta a las disputas entre caristios, várdulos y autrigones, o las guerras entre gamboínos y oñacinos. Es hora de superar viejos conflictos. Sobraba ETA, alejada de nuestra vida para siempre gracias a que la sociedad vasca ha demandado nuestra autodeterminación respecto a toda tutela violenta; sobran las ambigüedades en torno a la necesidad de llamar al terrorismo como lo que es, una retrógrada forma de imposición totalitaria; sobran arribistas que siempre han pretendido sacar partido de su existencia; sobran reproches al nacionalismo institucional en torno a supuestas connivencias o empatías con el submundo violento de ETA; sobran orientaciones cuasiétnicas; sobran prepotencias centralistas que minusvaloran ciertos sentimientos nacionalistas?y falta política de verdad.

Esta fácil demagogia populista en torno a los símbolos refleja el temor a debatir sobre lo verdaderamente importante: ¿a quién le interesa que se enquiste el debate acerca de nuestras aspiraciones como pueblo vasco, le llamemos conflicto o con otras denominaciones?