AL parecer, Ortega y Gasset dejó escrito que "todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes". No estoy de acuerdo. El pensador español exagera de forma injusta al referirse de ese modo a los empleados públicos. Exagera, sí, pero justo es reconocer que hay algo de verdad en lo que dice. En una línea similar, pero de forma más ecuánime que Ortega y Gasset, el profesor norteamericano Laurence J. Peter enunció un principio según el cual, y utilizando sus mismas palabras, "en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse". Eso ocurre, según Peter, porque quienes hacen bien su trabajo son promocionados a puestos de mayor responsabilidad, hasta que llegan a un nivel en el que son incompetentes; y allí se quedan. Me he acordado del principio de Peter a cuenta de Mariano Rajoy, su partido y su gobierno. Rajoy ha desempeñado altos cargos dentro del PP, y entre sus responsabilidades ha estado la de dirigir campañas electorales que se saldaron con victoria. Ha sido ministro de Administraciones Públicas, de Educación y de Interior; también ha sido vicepresidente primero del gobierno. Ningún presidente anterior acredita un recorrido por la política y el gobierno tan completo y tan diverso a la vez. Si las apariencias no engañasen y si solo nos fijásemos en esos elementos, deberíamos pensar que nos encontramos ante una de las personas mejor preparadas para desempeñar el puesto que ocupa. Y sin embargo, desde que asumió el cargo no ha dejado de dar la impresión de estar haciendo las cosas rematadamente mal. Podría pensarse, de hecho, que en él se cumple, una vez más, el principio de Peter, también llamado de incompetencia.

Pero, en realidad, si dirigimos la mirada hacia el pasado, tampoco parece que su trayectoria haya estado jalonada de éxitos. Consiguió ganar las elecciones y hacerlo, además, con mayoría absoluta, sí, pero fue al tercer intento, y una parte muy importante del mérito la tuvo el desastroso segundo periodo de Rodríguez Zapatero en el gobierno. Durante el tiempo que lleva Rajoy al frente del ejecutivo español y en lo relativo a la política económica -que es, con mucho, lo más importante ahora-, sus decisiones y su actitud han sido valoradas de forma muy negativa por economistas de primera línea, y no precisamente por razones ideológicas, sino estrictamente técnicas. Y en materia de comunicación pública -tan importante para un líder, y más en tiempos difíciles-, no es fácil hacer peor las cosas: de la ocurrencia chulesca de que era él quien ponía a Europa las condiciones para el rescate a la banca, al incomprensible "salvo algunas cosas" al calificar la veracidad de los supuestos apuntes contables de Bárcenas, en casi ninguna comparecencia ha hecho bien las cosas. Sus colaboradores no le van a la zaga, porque entre una ministra que no sabe cuándo se separó, si es que se llegó a separar, y las rocambolescas afirmaciones de Montoro cada vez que comparece en el Congreso, están elevando al esperpento a la categoría de lance político, o al revés, el lance político a la de esperpento.

Quienes nos gobiernan debieran ser personas preparadas y competentes, gentes con una trayectoria profesional o política brillante y que, como consecuencia, merecen la confianza de la ciudadanía. Pero a la vista está que en muchos casos eso no es así. Es más, parecería, más bien, que en la política española se incumple de manera flagrante el principio de Peter, pero no porque algunos responsables no hayan alcanzado su nivel de incompetencia, sino por haberlo superado con holgura.