Es martes por la tarde cuando Yolanda Barcina recibe en el móvil un mensaje inesperado: "Te he enviado al correo las enmiendas firmadas por mi, por Carlos García Adanero y por Amelia Salanueva. Espero tu respuesta". El remitente es Alberto Catalán, que urge a la presidenta del partido a aceptar los cambios estatutarios pactados la semana anterior, y que darán al vicepresidente todo el poder interno. El mensaje sorprende a Barcina. El lunes había emplazado a su número dos a una reunión el miércoles para renegociar el texto. "No hay nada que cambiar", le había advertido Catalán, que empieza a sospechar que Barcina pretende demorar el acuerdo hasta dejarle sin margen de maniobra.

Aunque inicialmente había aceptado ceder el poder del partido y centrarse en el Gobierno, la presidenta tiene dudas. Para enojo de Catalán, el viernes anterior ya había paralizado la incorporación de los cambios a la ponencia estatutaria. Teme que, en el fondo, lo que pretende el vicepresidente es ser el próximo candidato de UPN al Gobierno. Y el mensaje no hace sino confirmar sus temores. La presidenta ve en él un ultimátum del equipo con el que debe dirigir el partido, una prueba más de que el acuerdo no es sino el cierre en falso de una evidente división que volverá a aflorar después del congreso.

Azuzada por su entorno, Barcina llega a la conclusión de que es mejor dar batalla ahora que quedar en manos de un partido que ya no controla. Así que ni siquiera contesta al mensaje de Catalán, con quien no vuelve a cruzar palabra. La ruptura es total, y se hace pública el miércoles con el anuncio que el vicepresidente difunde entre los militantes: "Por responsabilidad y por pasión por UPN y por Navarra, he decidido presentar mi candidatura". Barcina se entera a la vez que el resto de afiliados. Tampoco le importa. Tiene asumido que si hay que morir, será dando batalla.

choque de trenes El fantasma de la división que durante tanto tiempo ha recorrido la formación regionalista finalmente se ha descubierto real. Barcina, que asumió de Sanz un partido unido y confiado entorno a su figura, ve ahora cómo se le abre la tierra entre sus pies. Destacados militantes se unen contra su presidenta en la figura de Catalán. Un movimiento poco habitual en un partido político que da una muestra del malestar interno que la gestión personalista y en cierto modo egocéntrica de la presidenta ha despertado en la formación regionalista.

La oposición a Barcina es amplia y variada. Aglutina a quienes consideran a Catalán el heredero natural de un trono que Sanz cedió a una advenediza sin tradición en el partido, y quienes ven en la presidenta un problema para recuperar la tradicional alianza con el PSN, vital para garantizar la permanencia del partido en el poder. Frente a ellos, un núcleo de confianza que ha crecido políticamente entorno a la presidenta del partido, ahora situados en cargos públicos del Gobierno y del Ayuntamiento de Pamplona, apoyado en cargos medios que siguen viendo a Barcina como el principal activo electoral del partido. Y entre ambos bandos, 4.000 afiliados con derecho a voto alejados de la vida ordinaria del partido y cuya posición no deja de ser una incógnita.

El Gobierno contra las cuerdas Nadie se atreve a aventurar el resultado de este choque de trenes. La única certeza es que después del 17 de marzo dejará un partido dividido, con vencedores y vencidos, y con heridas que habrá que curar bien para que lleguen a cicatrizar.

Barcina pone sobre el tapete todo su capital en una arriesgada jugada política que, incluso en caso de victoria, le entraña un futuro complicado tanto dentro como fuera del partido. Un todo o nada que puede ser el final de su carrera política, pero que en caso de éxito le garantiza manos libres en un partido que nunca ha podido controlar.

El resultado será determinante además para el futuro del Gobierno foral, bloqueado e inoperante por su minoría parlamentaria y que afronta un mes de impasse a la espera del resultado del congreso. Hasta el 17 de marzo no se sabrá quién manda en el partido, y por lo tanto, tampoco en el Gobierno. Una victoria de Catalán haría además inviable la continuidad de Barcina al frente del Ejecutivo, abriendo la puerta a un adelanto electoral antes incluso de verano, y que también es muy posible en caso de una ajustada victoria de la presidenta.

Todo sin descartar un cambio de Gobierno sin previo paso por las urnas. Solo que esta vez con Alberto Catalán en la presidencia gracias al apoyo de un Partido Socialista liberado del lastre de Barcina y con la excepcional coyuntura económica como justificación.