Agárrense porque vienen curvas. Si exceptuamos a Mariano Rajoy y a sus ministros, el resto de personas acostumbradas a no mentir van avisando que, si el 2012 ha sido un año muy duro, el 2013 no viene precisamente mejor. Ahora que cerramos el año parece que es buen momento para mirar de dónde venimos y, sobre todo, tratar de imaginar qué tenemos por delante. Del análisis certero llegará la toma de conciencia y, por lo tanto, las posibles soluciones.

El pasado jueves en Euskadi Hoy de Onda Vasca hicimos un recorrido radiofónico que nos dejó una fotografía muy real de lo que estamos viviendo. Los interlocutores eran representantes de Cáritas en Gipuzkoa, del comedor París 365 de Iruñea y del Banco de Alimentos de Bizkaia. Ellos están a diario conviviendo con los que peor lo están pasando, los que ha quedado excluidos del sistema, aquellos cuyo único enganche ahora mismo lo constituye el trabajo de estas asociaciones.

Aún no nos hemos puesto de acuerdo cómo y cuándo surgió esta crisis económica que va camino de los cinco años aunque simbólicamente hayamos tomado septiembre de 2008, con la caída de Lehman Brothers, como el inicio de la caída. Sobre las razones, parece que cada vez hay coincidencia en el diagnóstico: una burbuja financiera fomentada por unos pocos de manera interesada, alimentada por muchos de manera inconsciente, que se ha traducido en un empobrecimiento de casi todos.

Pero no a todos ha afectado por igual esa disminución de recursos. Ya en 2007, un informe de las Cajas de Ahorros en Euskadi alertaban de que un diez por ciento de las familias vascas estaban en "riesgo de exclusión social". Eran unidades familiares que a duras penas llegaban a fin de mes y que en ocasiones puntuales precisaban de la asistencia social para cubrir las contingencias.

Pues bien, cinco años después José Emilio Lafuente, de Cáritas Gipuzkoa, confirma que "quienes están sufriendo hoy una situación de extrema precariedad ya estaban en riesgo de exclusión antes de la crisis". A esos grupos a los que nuestro imaginario social ha vinculado con estas situaciones de pobreza (familias monoparentales encabezadas por una mujer sin empleo ni pensión alimenticia, inmigrantes sin regularizar ante el Estado, drogodependientes, etc.), Cáritas suma ahora una gran bolsa de personas que lo han perdido todo de la noche a la mañana. Formaban parte de la clase media que ha sufrido un enorme mordisco desde el año 2007.

Estas asociaciones en las que trabajan cientos de voluntarios con una acción encomiable por llegar a donde no alcanzan los recursos públicos han puesto el acento no solo en la mera asistencia, sino que su tarea ha ido más allá: levantan la voz por los que se están quedando si ella. No vale con parchear, aunque ahora sea lo más urgente; es necesario tomar decisiones políticas que permitan cambiar la situación antes de que se convierta en crónica.

La Fundación Gizakia Herritar, que gestiona el comedor social París 365 en Iruñea, ha puesto el dedo en la llaga al denunciar que el cambio de las normativa que regula el acceso a la Renta Básica en Navarra ha provocado un importante aumento de personas despojadas de lo más imprescindible: su alimentación. El 58% de las personas que asisten a sus comedores no perciben ningún ingreso. No sé si en medio de las apreturas económicas en las que anda el Gobierno de Barcina este dato es importante o directamente la derecha navarra ha decidido dejar en la cuneta a todas estas personas para mantener el límite de deuda donde exige Rajoy. La crisis tiene culpables difusos y posiblemente múltiples, pero llegar a consensos sobre qué grado de cobertura mínima debe ofrecer una sociedad civilizada a sus miembros más vulnerables es algo muy concreto. Los recursos públicos son limitados, claro, pero estoy seguro de que usted y yo estamos dispuestos a renunciar a algo que hasta ahora recibíamos de forma gratuita o subvencionada si a cambio nuestros gobernantes garantizan que no dejaremos a nadie atrás. Sobre ese consenso público y sobre la solidaridad privada de miles de personas, podemos construir una sociedad más justa.

XABIER LAPITZ