Hace unas semanas viajé a Arabia Saudí. Había sido invitado a visitar una universidad, la King Abdullah University of Science and Technology, KAUST, como la llaman sus integrantes. Hace unos pocos años, ante la evidencia de que dentro de unas décadas el petróleo no va a proporcionar la riqueza que ha generado hasta ahora, el rey Abdullah decidió crear una universidad de investigación (research university) de primera línea, una universidad de élite. Siguió el camino que años atrás había trazado Singapur con una iniciativa similar.
KAUST se levantó en tres años en las arenas del desierto al norte de Yida, junto a la costa del mar Rojo. La universidad se ha estructurado bajo la tutela inicial de una de las mejores universidades del mundo, el MIT de Boston, Estados Unidos. En dos años ha conseguido atraer a científicos de primer nivel. Profesores, investigadores posdoctorales, doctorandos y estudiantes de máster encuentran allí excelentes condiciones de trabajo. Dentro de poco, KAUST llegará a estar entre las cincuenta mejores universidades del mundo, quizás cerca de las diez primeras.
La élite económica saudí persigue un doble objetivo. Quiere, por un lado, contar con una universidad que permita formar a su personal de alto nivel. Ahora no le es posible, porque el sistema educativo saudí tiene en el aprendizaje del Corán su principal razón de ser, y sus universidades no son, en modo alguno, homologables a lo que en Occidente entendemos por tales. El segundo objetivo, complementario del anterior, es crear riqueza mediante la hibridación entre el mundo académico de alto nivel y el mundo empresarial. Veinte grandes compañías, la mayoría multinacionales, han solicitado instalarse allí; lo hacen atraídos por el talento académico. Se proponen generar riqueza a partir de las ideas que surjan de la interacción con los universitarios.
Entre Euskadi y Arabia Saudí hay una diferencia abismal. Euskadi ya tiene una universidad, -la UPV/EHU-, que ha experimentado un notable progreso en los últimos años, y ha llegado a colocarse entre las 400 mejores del mundo. Euskadi ya forma a muy buenos profesionales. Ya tiene centros de investigación e investigadores de primera línea. Además, Ikerbasque ha conseguido atraer a Euskadi a investigadores de alto nivel.
Y, sin embargo, eso no es suficiente. No debemos conformarnos con permanecer donde estamos. En el terreno académico, en el de la investigación, estamos en condiciones de aspirar a más; podemos aspirar a tener un centro universitario en la élite mundial, entre los 100 mejores, y puesto que podemos, debemos intentarlo. Ese es el modo de afrontar el futuro con las mejores garantías, porque solo mediante el conocimiento que se genera en la frontera del saber podrá realizar Euskadi la segunda gran transformación. Está a nuestro alcance. La UPV/EHU ha dado pasos importantes en esa dirección; Ikerbasque, junto con la red de BERCs desarrollada a su amparo durante los últimos años, constituyen ingredientes indispensables. Un proyecto de esa naturaleza requerirá de una fórmula específica y de recursos, pero no en una medida equivalente, ni de lejos, a la que ha hecho falta para levantar KAUST.
La experiencia saudí, entre otras, enseña que quien quiere garantizar el futuro debe poner en práctica las medidas que lo hagan posible. En materia de conocimiento científico y tecnológico no vale conformarse con lo que se tiene; conformarse es quedar atrás. Porque, como dice la Reina Roja en Alicia a través del espejo, "has de correr todo lo que puedas para permanecer en el lugar en que te encuentras".