Vitoria. Amaneció el día plomizo. Y lluvioso, no podía ser de otra manera, acorde con la que le está cayendo encima a los vascos a cuenta de los dineros, o mejor, de la falta de ellos. Así que era un día propicio para el gris. Así lo entendió Patxi López, que escogió un traje en gris marengo conjuntado con una corbata del mismo color, para despedir el último día en que se sentaba en el escaño que reserva el Parlamento Vasco al lehendakari. La grisura del ambiente se mimetizaba al dedillo con el discurso de investidura que el día anterior pronunció Iñigo Urkullu, en el que el realismo por la grave situación que sufre Euskadi se imponía por los puntos a la esperanza. Como hay pocos políticos (varones) que se atrevan con el verde-esperanza para el traje de faena, el jeltzale dio comienzo a su nuevo cometido embutido en el siempre socorrido azul marino de toda la vida, acompañado por una corbata de la misma tonalidad, un color que se relaciona con la tranquilidad, la inteligencia y la estabilidad. Que no es poca declaración de intenciones en los tiempos que corren.

Pero fue el tráfico y no la crisis la que imprimió una pizca de emoción a una sesión de investidura, que por lo demás no deparó sorpresa. Un accidente en la A-8 a la altura de los túneles de Malmasin dejó atrapados a algunos parlamentarios vizcaínos, que estuvieron a punto de no llegar a tiempo a la votación, incluida Laura Mintegi, la portavoz de EH Bildu. Hubiera sido raro que la votación que había de despejar cuál de los dos candidatos jurará mañana como lehendakari no hubiera podido votar, así que la presidenta de la Cámara vasca decidió retrasar el inicio del Pleno quince minutos, tiempo más que de sobra para asegurarse que nadie faltaba en el escaño.

Fue una sesión de investidura contenida, acorde con el carácter de Urkullu, que solo rompió su seriedad en contados momentos. La anécdota de la sesión, con carcajeo general incluido, tuvo al líder jeltzale como protagonista después de que le tocara, por sorteo, ser el primero que debía votar, a Iñigo Urkullu Renteria, por supuesto.

Sonrisas a la familia No se puede hablar de que al de Alonsotegi le desbordara la emoción; quizá esté esperando al acto solemne de mañana en la Casa de Juntas de Gernika, donde es posible que las distancias cortas y la tradición logren romper su imagen de hombre serio. El gesto de Urkullu solo traslució chispazos de emoción cuando los aplausos le ratificaron como nuevo lehendakari mientras, por fin, se permitía una tímida sonrisa dirigida siempre a su familia: a su mujer, Lucía Arieta-Arunabeña, y sus tres hijos, sentados estratégicamente frente a su escaño. Los invitados que llenaban los palcos rompieron a aplaudir. Entre los rostros conocidos, cargos públicos e internos del PNV, como Unai Rementeria, Markel Olano, Eider Mendoza, Koldo Mediavilla, Pilar Garcia de Salazar, Joseba Aurrekoetxea, Nekane Alonso, Lorea Bilbao, Xabier Legarreta y María del Yermo Urkijo, además de Txus Peña, a quienes todos felicitaban tras publicar DNA que volverá a ser secretario general de la Presidencia. En el palco de autoridades, el lehendakari José Antonio Ardanza, el expresidente de la Cámara vasca Juan María Atutxa, el diputado general de Bizkaia, José Luis Bilbao, la presidenta de Eudel, Ibone Bengoetxea, y los presidentes de las Juntas Generales de Bizkaia y Araba, Ana Madariaga y Juan Antonio Zárate.

El ‘paseíllo’ Mientras, abajo, en la bancadas de los políticos, la reacción mudaba entre el entusiasmo de los parlamentarios del PNV, los tímidos aplausos de la mayor parte del grupo de EH Bildu, incluida Laura Mintegi, y el gesto en solitario del todavía consejero de Industria, Bernabé Unda, el único miembro del Gobierno en funciones presente -faltaron a la cita Gemma Zabaleta y Rafael Bengoa- que se animó a saludar la investidura del nuevo lehendakari. El acto concluyó con un saludo y unas palabras de buenos deseos del lehendakari saliente al nuevo mandatario, los dos con semblante serio, y el posterior paseíllo de Urkullu para saludar uno por uno a los portavoces de los grupos parlamentarios.

La emoción, la de verdad, vino cuando, terminada la sesión, por fin pudo saludar a su mujer, un momento fugazmente retratado por los fotógrafos.