Donostia. Inquieto, agudo y sincero, Etxenike es un conversador admirable... y feliz. Transforma la energía oscura en luz, la que vierten sus ojos despiertos.

Usted es de Isaba (Nafarroa), pero no es euskaldunzaharra. ¿Cuál fue su primer contacto con el euskera?

En Isaba se hablaba el roncalés, que ya se perdió. Yo he conocido a los últimos hablantes. Entonces se escuchaba muy poco euskera, solo entre la gente muy mayor. Ahora, en cambio, muchísima gente habla euskera en el Roncal.

Y quiso aprender.

En Lekaroz los frailes euskaldunes me decían palabras en euskera, y más tarde, en Donostia, empecé a aprender con Mikel Arregi, en el EUTG. Después hice un curso intensivo de once horas diarias en el Colegio de los agustinos de Oñati. Allí tuve grandes profesores, como Eusebio Osa o Juanjo Uranga. Y más tarde estuve un mes practicando en casa de mi amigo Pako Garmendia, en Azpeitia. Todo eso en los años 70. En los 90 volví a ir unos meses a un euskaltegi de Donostia. Tuvimos un gran profesor, Jesús Arrizabalaga.

Ysí, siempre he sentido un gran afecto por el euskera. Debiera ser parte esencial de la identidad vasca y de los afectos de todo el mundo. Es patrimonio de todos y ha de ser cuidado por todos.

Defendió nuestro idioma en cuanto accedió al incipiente Gobierno Vasco;allí presentaron una propuesta de Ley del Euskera. ¿Cómo recuerda aquellos meses?

Garaikoetxea fue el principal impulsor de la ley, al igual que Ramón Labayen. Me rodeé de un equipo que nos ayudó mucho. Me acuerdo de Pako Garmendia, Mikel Zalbide, Xabier Retegi, Karmele Alzueta, Eneko Oregi, Ignacio Oliveri y muchos otros. En la negociación participaron Alberto Ansola y Zaldua, del PNV, Maturana, del PSOE, y José Luis Lizundia, de Euskadiko Ezkerra. Hicieron un magnífico trabajo. También se implicaron positivamente Marco Tabar y Aguinaga, de la UCD, y el propio Griñón (AP).

Pero hubo tiras y aflojas...

Nosotros queríamos hacer la ley con una base fuerte, con un consenso importante y mayoritario, y eso requería tiempo. Hubo que negociar y convencer.

¿Cuál fue la principal traba?

El miedo que unos tenían de las supuestas intenciones de otros. Por ejemplo, algunos pensaban que queríamos obligar a todos los funcionarios a aprender euskera. Al final todos aceptaron las garantías que ofrecía nuestra palabra y por supuesto la disposición adicional tercera de la ley junto con la disposición transitoria segunda del propio Estatuto de Gernika. Fue clave un diálogo franco y honrado sobre las aspiraciones de todos, y las posibilidades y limitaciones de la ley.

Se buscaba un consenso amplio.

El Gobierno tenía claro que tenía que ser una ley fundamental, consensuada, y que en estos casos hay que saber renunciar también a ciertas cosas y a moderar nuestras aspiraciones. Una ley fundamental tiene que ser una ley de concordia.

Pero el PNV pudo sacar adelante la ley sin necesidad de acuerdos.

Sin Herri Batasuna, tenía mayoría absoluta y podría haber sacado la ley, pero tanto el PNV como el Gobierno querían aglutinar voluntades para que fuera una ley de consenso, fundada en la libertad y a largo plazo. El PNV, con visión de país, no quiso imponer nada. La ley es un logro de todos.

Hubo quien tachó la ley de innecesaria, priorizando otros “problemas reales” del momento.

Logramos convencerles de que sí. Claro, no es un problema real para el castellanoparlante que tiene garantizado el ejercicio efectivo de su opción lingüística. El problema existe cuando no se garantiza la elección libre del ciudadano para vivir en un idioma o en otro.

De todos modos no es una ley de oficialización del idioma, como se ha pensado a veces.

No, es una ley de normalización de uso. Es una ley flexible y abierta y no impositora que busca también la cohesión social. Tiende a garantizar que el ejercicio de la libre elección sea real y efectivo. Y todavía la ley está lejos de cumplir sus objetivos, pero nosotros éramos conscientes de que no podríamos conseguir un bilingüismo real y efectivo en dos o tres décadas. Esto no es Catalunya, pero hay que avanzar para que ningún ciudadano sea obligado por la administración en la CAV a cambiar la lengua en sus relaciones con ella.

Tras 30 años, ¿cree que es oportuno retocarla?

Yo aún no la tocaría, otra cosa es acelerar en su aplicación según los sectores y yo lo haría en la Ertzaintza, la Sanidad y la Justicia, por ejemplo. No sé que Parlamento se configurará tras las elecciones de octubre, pero con el actual no trataría de modificar esa ley. Hay que mantener el consenso y avanzar en que lo que posibilita la ley se haga realidad. Y es una ley que se aplica a la Administración en la Comunidad Autónoma Vasca, no solamente de la CAV, y esa fue una de las claves fundamentales de la discusión. Aquí ni el PNV ni Euskadiko Ezkerra estaban dispuestos a ceder. Es una ley que obliga a todas las administraciones que funcionan en la CAV.

¿También al Ejército español?

Claro.

¿Cómo reaccionó la sociedad ante la propuesta?

La ley llegaba en un momento en el que grandes sectores de la sociedad, como las ikastolas, lingüistas, escritores, Euskaltzaindia, etc... habían hecho un esfuerzo supremo. La unificación lingüística ya estaba encauzada. Y ese fue el soporte para que la ley fuera un instrumento real. Sin eso no hubiese sido posible aprovechar las posibilidades que ofrecía.

Un apartado de la Constitución española subraya que el conocimiento del castellano es un deber y el del euskera un derecho. La Ley del Euskera no pudo cambiar eso...

No dentro del marco en que nos movemos. Pero no entiendo porqué una lengua tiene que tener el carácter de derecho y la otra de deber. Aunque es una declaración que en la práctica no tiene mucha relevancia, siempre que no afecte a su status, pero conceptualmente es muy importante. A largo plazo si el castellano es un deber para un vascoparlante, el euskera tiene que ser también un deber para todos aquellos que vivan en el País Vasco. Ahora bien, pasar de una situación de un monolingüismo impuesto, como era el que heredamos, a una de un bilingüismo real y efectivo precisará muchos años.

¿Cree que la ley ha podido incomodar a alguien durante este tiempo?

Yo creo que la ley, globalmente, ha producido molestias pero no injusticias. Y si alguien cree que pasar de un monolingüismo oficial impuesto a un bilingüismo real se puede conseguir sin molestias, o no sabe lo que dice o no dice la verdad. Yo creo que aún hoy las molestias siguen siendo más grandes para los euskaldunes, porque todavía encuentran problemas en su país para vivir en su lengua de una forma natural.

Pero aún hay quién se aferra al ejemplo del médico euskaldun que accede a un puesto por saber el idioma, no por ser buen médico.

A veces se contrapone la calidad con el ejercicio de libertad lingüística. Cuando la calidad se confronta al derecho a elegir mi experiencia me dice que suele acabar sin derecho a elegir y con poca calidad. Pero esta contraposición me parece una dicotomía falsa. En estos casos hay que apelar al sentido común, es decir, si yo quiero un neurocirujano en Cruces, los criterios lingüísticos no debieran ser los mismos que si pidiera un pediatra para Ataun. El euskera debe ser obligatorio para algunos puestos y en otros protegido y valorado, pero no sobrevalorado.

La meta es el bilingüismo igualitario, ¿no?

De momento es difícil. Mientras lo alcanzamos hay que lograr un bilingüismo real y efectivo, es decir, garantizar la libertad de elección.

Por tanto, ¿cuáles son los principios sobre los que se construyó la Ley del Euskera?

La ley busca la máxima cohesión social sin renunciar a la libertad. Es una ley de uso, flexible y abierta. Los deberes se imponen a la Administración, no al ciudadano. Pero el ciudadano tiene que ejercer su derecho y 30 años después no es aceptable que un ertzaina, por ejemplo, obligue por su desconocimiento a cambiar de idioma a nadie.

¿Se acuerda del discurso que lanzó en el Parlamento de Gasteiz en 1983, una vez aprobada la ley?

Sí, fue un discurso muy cuidadoso, preparado para no herir a nadie y no estropear el acuerdo alcanzado.

“El camino de la paz pasa por la política lingüística”. Lo dijo usted.

Lo dije citando al gran lingüista e intelectual español Antonio Tovar, cita que él mismo me agradeció. Cualquier opresión, y en especial la lingüística, crea mucha tensión y puede llevar a situaciones desagradables. La ley hizo mucho por la convivencia en el País Vasco y tiene que seguir haciendo ese trabajo.

En ese mismo discurso usted reflejó lo difícil que resultaba “consensuar mínimos en el ámbito cultural y lingüístico” en Euskadi. Eso no ha cambiado mucho con los años...

El proceso de negociación de la ley demostró que aun teniendo posiciones confrontadas se puede llegar a acuerdos importantes. Un esfuerzo honrado de entender las aspiraciones del otro lleva al consenso. Esta ley ilustra también la potencia y el peso que tiene el autogobierno. Y ahora habrá que ir decidiendo también sobre otras cosas, porque los marcos que hay no son inmutables.

¿Se refiere a la independencia? ¿Cree que beneficiaría al euskera?

No me refería directamente a eso. Pero ya que lo dice, también. Beneficiar o no depende de las circunstancias en que se dé y de la actitud de la sociedad vasca. Pero con o sin independencia, los principios de la Ley del Euskera seguirían siendo los correctos.

Y respecto al derecho a decidir...

El derecho a decidir es un derecho democrático y conceptualmente no está sujeto a más limitación que la de los derechos humanos. Ahora bien, el ejercicio de ese derecho puede ajustarse a ritmos. Todo ello debería ir ajustado al mantenimiento de la cohesión social. Es decir, habría que convencer, como hicimos con la Ley del Euskera.

¿Usted cree que ahora se podría haber aprobado?

La interpretación del autogobierno que se está haciendo hoy dificultaría una ley de esa índole. Ahora algunos querrían regular todo por una ley orgánica de Madrid. Algo parecido a lo que se intenta en educación, donde se llama mínimos a regular el 75% de los contenidos.

¿La ley puede crecer más?

Sí. Una política nacionalista correcta consiste en intentar convertir a Euskadi en Euskal Herria, es decir, que todos los vascos lleguen a ser también euskoparlantes. Y a su vez convertir a Euskal Herria en Euskadi, es decir, que todos los territorios tengan una acción política conjunta.

¿Una utopía?

Los sueños de hoy son lo cotidiano de mañana. Es una aspiración legítima que sintetiza el final de un bertso de Jon Enbeita: “Herri bat Euskal Herria, hizkuntza bat euskara, aberri bat Euskadi, gora Euskadi, gora zazpi probintzi”. Sin olvidar que los otros idiomas, el castellano en concreto, son también nuestros.

La Ley del Euskera ha propiciado avances importantes, ¿pero dónde hay que incidir a partir de ahora?

Hay que desarrollar la ley de una forma intensa, sin miedo y con inteligencia. El euskera ha de seguir ahora la senda del proyecto Euskera 21, impulsado por Miren Azkarate y Patxi Baztarrika. Cada vez hay más gente que tiene el euskera como segundo idioma, pero si cada vez hay menos que tienen el euskera como primer idioma... tenemos un problema. Es importante la transmisión directa, que no está garantizada. Hace falta cuidar esas comunidades, garantizar la continuidad del euskera en los ámbitos familiares y en los núcleos vascoparlantes. Me llena de orgullo ver a mis físicos discutiendo en euskera y luego publicando en inglés, pero creo que es más importante que los niños hablen nuestra lengua en los patios de las ikastolas. Hay que incidir en lo lúdico, en que el euskera sea fuente de goce y de disfrute.

¿La situación de Navarra le duele?

Me produce tristeza, sí, y también preocupación. El euskera ha avanzado en Navarra, pero menos de lo que podría haber avanzado. Es un poco triste ver cómo hay un mínimo interés -por no decir otra cosa- para que la televisión vasca sea captada en Navarra, cuando seguramente nadie pondría pegas para que una televisión en inglés fuera captada allí. Con ocasión del premio Príncipe de Viana expuse en mi discurso esta preocupación, y cito literalmente: “Gure hizkuntzak kezkatzen nau, euskarak, lingua navarrorum den horrek. Gurea diot, gurea baino ez delako, eta ez, aldiz, dugun guztia delako; guk galtzen badugu, beraz, denek galtzen dute, betiko”. Gran parte de la audiencia no era muy propicia a mis planteamientos, pero como escribió Goio Monreal, citando a San Pablo: en un bello y generoso discurso, cuando se tiene una convicción firme es necesario defenderla oportune et inoportune.

Aún hay navarros que ven al euskera como una lengua ‘ajena’...

Creo que la sociedad navarra va por delante de la Administración en el afecto por la lengua, porque obviamente es mucho más enriquecedor el bilingüismo que el monolingüismo. Se han hecho y se han dicho tantas cosas...

¿Usted cómo zanja el tema de si es vasco-navarro, navarro o vasco?

De forma natural, explico de dónde soy pero sin poner el énfasis en la diferencia. Vasco-navarro no me gusta, prefiero decir que soy vasco de Navarra, navarro del Roncal y roncalés de Isaba. Para mí es natural. El problema es de quien se molesta con esa explicación.

¿Cómo ve usted el futuro de un idioma minorizado en un mundo globalizado?

El vasco, siendo un pueblo pequeño, tiene una fuerza tremenda. Tenemos que encontrar fuerza creativa, tener capacidad de entrar en el ámbito de la calidad -o seguir entrando, porque ya estamos en ese camino-. La personalidad propia, la identidad,... es algo bueno en la globalización, cultural y también económicamente. Es rentable defender nuestra identidad y nuestro autogobierno. Este es el discurso que yo comparto con el profesor Ibarretxe. Es verdad que van a desaparecer idiomas, pero yo estoy convencido de que el euskera resistirá. Hay que jugar con inteligencia y con firmeza. Derechos más calidad y disfrute, esa es la receta.