ANTONIO Basagoiti tenía mucha razón cuando dijo aquello de que "nosotros somos quienes ponemos o quitamos al lehendakari", vaya si la tenía. Cuando le dio la gana, a la fuerza ahorcan, hizo firmar a Patxi López un documento de sumisión que el de Portugalete suscribió encantado con tal de sentarse en el trono de Ajuria Enea. Le habían fallado todos sus cálculos electorales, pero la cosa aún tenía arreglo si se rebajaba a la condición de felpudo de Basagoiti. Así que, investido López de lehendakari e investido Basagoiti de "socio preferente", pusieron en marcha una legislatura que iba a resultar de traca.
Desde el primer momento pudo comprobarse que a López no le bastó con colocar a los suyos, sino que el mercado de recomendados tendría que abarcar también a los que el PP pusiera en la nómina oficial. Que ello supusiera un notable incremento del gasto corriente no suponía mayor problema para un Gobierno dispuesto a endeudarse hasta las cejas.
En ese frívolo criterio de "después de mi, el diluvio", López asumió la función de lehendakari entre los aplausos entusiastas y la complacencia de los medios de comunicación más influyentes tanto en Euskadi como en el ámbito del Estado. Bajo su makila constitucionalista y supuestamente de izquierdas, y con permiso de su ancestral adversaria, fue desalojado de Ajuria Enea el pérfido nacionalismo vasco como bien pronto pudo comprobarse al desaparecer Nafarroa del mapa del tiempo, borradas pintadas y retirada la cartelería filoterrorista.
Pero en muy poco tiempo, el Don Pelayo que reconquistó las Vascongadas para la España eterna pasó al Don Tancredo que hizo la estatua ante la crisis pavorosa que le sobrevino, esperando contra toda esperanza que la inspiración le viniera de Zapatero. Recién apagados los aplausos y recogidos los fastos de su entronización, López comenzó a demostrar que nunca supo qué hacer, ni él ni el Gobierno que -a duras penas- logró constituir. Con el aliento helador del socio preferencial en el cogote, López ha ido renqueando estos tres años inútiles hasta que su socio preferente de la dejado colgando de la brocha. Queda así inaugurado el tiempo muerto.
El señor López y su guardia pretoriana de polimilis reciclados han protagonizado durante tres años el desgobierno más flagrante que pudiera imaginarse.
El señor López ha duplicado el déficit público previsto y ha multiplicado por seis la deuda vasca. Por más que, al principio, recurriese al tópico de que se encontró las arcas vacías, pronto se demostró que recibió unas cuentas saneadas que dilapidó a un ritmo frenético.
El señor López entró como elefante en cacharrería de la mano del PP en el Ente EITB destituyendo, nombrando, censurando y adoctrinando. Ante el desconcierto y el desánimo de los restos de la plantilla que sobrevivieron al desembarco, se desplomaron las más que aceptables audiencias conseguidas. Como resultado de las purgas, el futuro del Ente pasa por el incierto resurgir de sus cenizas. El señor López, por orden de su consejero de Interior, ha asumido la mayor crisis interna de la Ertzantza desde su creación. Eso sí, las irredentas txapelas fueron sustituidas por la gorrilla cuartelera al estilo de otras policías menos aldeanas. El señor López, sin tener en cuenta la repercusión social que ello supone, ha permitido el deterioro galopante de la sanidad pública, otra de las joyas de la corona del autogobierno vasco.
El señor López, que ni siquiera ha sido capaz de aprovechar las costosas clases de euskera que se le pagan entre todos, ha visto desfilar impávido a viceconsejeros y directores generales de política lingüística. El señor López, a quien del Ebro para abajo creen casi todo, presume de haber acabado con ETA cuando se sabe perfectamente que ni se enteró del ritmo que fue tomando el proceso de paz. El señor López, ante la crisis económica, financiera y laboral, se ha limitado a aplicar las medidas decididas por el Gobierno español mientras mandaba Zapatero, y cuando manda Rajoy levanta la voz y se pone gallito protestando por las reformas del nuevo Ejecutivo proclamándose adalid del autogobierno aunque recula advirtiendo que no será insumiso. Y ahora, por ponerse chulo, Basagoiti ha mandado a parar y se acabó el ensueño.
Por todo ello y por mucho más, ni se le ocurra prolongar por un año más esta agonía y váyase, señor López.