Madrid. Un centenar de personas congregadas ante el domicilio madrileño de Manuel Fraga despidieron ayer entre aplausos al fallecido presidente fundador del Partido Popular y exministro de Franco al grito de "¡Viva don Manuel!" y "¡Viva España!". El féretro de Fraga fue trasladado en un coche fúnebre desde su domicilio, situado en la calle Fernando el Católico de Madrid, hasta la localidad coruñesa de Perbes, donde los restos fueron recibidos al son de las gaitas de la Real Banda de la Diputación de Ourense, que interpretó el himno del Antiguo Reino de Galicia.

El féretro, sobre el que fue colocada una bandera gallega, fue portado por los nietos del fundador del PP hasta la pequeña iglesia parroquial, con capacidad para apenas sesenta personas, que solo pudo albergar a los familiares más directos y a las principales autoridades desplazadas a Perbes para asistir al sepelio, entre las que se encontraban la vicepresidenta del Gobierno español, Soraya Sáenz de Santamaría, y los ministros de Justicia, Sanidad y Servicios Sociales, y Fomento, Alberto Ruiz-Gallardón, Ana Mato y Ana Pastor, respectivamente, además del presidente de la Xunta Alberto Núñez Feijóo, el expresidente español José María Aznar, la alcaldesa de Madrid Ana Botella y el jefe del Ejecutivo asturiano Francisco Álvarez-Cascos.

Será el lunes cuando la catedral madrileña de La Almudena acoja un funeral por Fraga que, a la espera de la confirmación definitiva, es previsible que sea oficiado por el cardenal arzobispo de Madrid Antonio María Rouco Varela, quien nació en la misma localidad que el expresidente de la Xunta, Villalba (Lugo). Mientras, el BNG advirtió ayer de que se opondrá a que una calle de Lugo lleve el nombre de Manuel Fraga.

Polémica en Europa Mayor controversia suscitó ayer el homenaje en el Europarlamento, donde varios diputados criticaron que se dedicara un mismo minuto de silencio a Fraga y al expresidente checo Vaclav Havel. La primera piedra la lanzó la británica liberal Sarah Ludford, quien consideró que relacionar a ambos "es un truco barato". El catalán Raül Romeva, de La Izquierda, lo consideró una "encerrona".