Kinshasa

La República Democrática del Congo (RDC) es un país con riquezas naturales inmensas y, sin embargo, es uno de los estados más pobres del mundo. Es un lugar en el que una mujer es violada casi cada minuto y que, ocho años después de la sangrienta guerra civil, sigue teniendo una de las cifras más altas de niños soldado. RDC es también un país en el que los caciques políticos viven en el lujo, en claro contraste con la miseria de la gran mayoría de la población. Con estos ingredientes, esta nación africana vivirá mañana un día histórico, con la celebración de sus segundas elecciones democráticas en más de cuatro décadas.

Joseph Kabila, de 40 años, que lleva las riendas de la excolonia belga desde el atentado mortal contra su padre, Laurent Desiré Kabila, ocurrido en el año 2001, espera ser confirmado como jefe de Estado en estos comicios presidenciales y parlamentarios, empañados por los violentos enfrentamientos entre seguidores de los candidatos rivales, que han dejado decenas de muertos y un número indeterminado de heridos durante la campaña electoral, que se inició el pasado 28 de octubre. Esta semana, la localidad de Idjui, en el noreste de la RDC, ha sido escenario, precisamente, de choques entre los partidarios del presidente Kabila y de Vital Kamerhe, uno de los opositores de mayor peso.

Ante la persistencia de la violencia, el presidente de la Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI), Daniel Ngoy Mulunda, amenazó con llevar a los responsables ante el Tribunal Penal Internacional (TPI), y aseguró que sus observadores presentarán informes con los incidentes que consideren lo suficientemente graves como para ser juzgados por este organismo. Para garantizar unas elecciones pacíficas, todos los candidatos firmaron un código de buena conducta que presentó la CENI al inicio de la campaña, excepto Etienne Tshisekedi, quien aseguró que no se comprometería hasta la liberación de sus seguidores, detenidos por participar en manifestaciones contra Kabila.

Algunos observadores descalifican la actitud de Tshisekedi, y apuntan a que parece tener una clara voluntad de rechazar los resultados si no le son favorables, lo que podría ser el detonante de una crisis postelectoral. "No voy a perder las elecciones. Las voy a ganar", contestó el opositor a la pregunta de un periodista en una rueda de prensa sobre cuál sería su actitud en caso de derrota. Tshisekedi, veterano político de 79 años que se juega su última oportunidad para ocupar el palacio presidencial, mantiene además que existen mesas electorales ficticias, lo que según él apunta a que Kabila y la CENI están organizando unas las elecciones fraudulentas.

País arruinado Por su parte, Kabila se declara optimista en cuanto a su victoria, tras haber modificado convenientemente la Constitución en enero para suprimir la segunda vuelta de las presidenciales, por lo que no necesita hacerse con más de un 50% de los votos para declararse vencedor. Kabila ganó las primeras elecciones democráticas en 2006 con promesas de paz y reconstrucción del país, arruinado por dos guerras civiles entre 1996 y 1997, y 1998 y 2003. Kabila, que cinco años después asegura haber cumplido con este compromiso, afirma ahora que su objetivo es colocar a la RDC en el círculo de los países emergentes. Sin embargo, las cifras no reflejan la mejora de la que tanto presume el presidente, puesto que pese a los enormes recursos naturales de los que dispone la RDC, el índice de desarrollo es extremadamente bajo, y dos terceras partes de sus 67,8 millones de habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza. Además, en el este del país numerosos grupos armados locales y extranjeros siguen activos y los civiles sufren constantes abusos de sus derechos humanos, pese a la presencia de cerca de 20.000 soldados de la ONU. A pesar de la pobreza, el Gobierno ha decidido financiar todo el proceso electoral. Para muchos congoleños, esto es motivo de orgullo, pues significa que el país es capaz de asumir su propio destino, pero otros opinan que la financiación de las elecciones con fondos propios no significa la madurez de la clase política.