Washington. Estados Unidos inicia hoy la cuenta atrás hacia unas elecciones presidenciales que, dentro de un año, decidirán si la estrella política de Barack Obama, que deslumbró al mundo en 2008, sobrevive a la peor crisis de la posguerra. El 6 de noviembre de 2012 -el martes siguiente al primer lunes de noviembre-, los estadounidenses elegirán al 45º presidente de su país, el mandatario más poderoso del planeta, en unos comicios que se anuncian reñidos, más hipermediáticos que nunca y decisivos para todo el concierto internacional.
Las promesas de cambio del primer presidente afroamericano en la historia de los Estados han chocado desde el principio de su mandato con la crudeza de la crisis financiera y la posterior recesión y, desde las elecciones intermedias de 2010, con la enconada resistencia de la oposición republicana en el Congreso. Obama, líder indiscutible en el Partido Demócrata, sigue gozando de la mejor imagen, pero las minorías y las clases medias, tan determinantes para su victoria de 2008, le han ido retirando poco a poco su apoyo, a medida que se han visto golpeadas por el desempleo.
Ningún presidente de los Estados Unidos, recuerdan los cronistas, ha sido reelegido con una tasa de paro superior al 7% y, a un año de que se abran las urnas, el desempleo se mantiene obstinadamente dos puntos por encima de ese umbral y afecta con más fuerza a las minorías que auparon a Obama al poder en 2008: los afroamericanos (15,1% está en paro) y los hispanos (11.4% está desempleado). Y, como consecuencia, también la pobreza ha golpeado con más a estas dos grandes minorías.
Según datos del pasado septiembre, un 15,1% de la población estadounidense vive bajo el umbral de la pobreza, el índice más alto desde 1993. Entre los hispanos, la cifra asciende al 26,6% (frente al 25,3% de 2009%), mientras que entre los afroamericanos se sitúa en el 27,4% (25,8% en 2009). Estos números contratastan con los de la comunidad blanca, de la que un 9,9% vive en la pobreza, medio punto más que hace dos años.
Pero, además, los hispanos arrastran la decepción por la falta de compromiso demócrata para abordar la reforma migratoria y también por el aumento de las deportaciones durante el Gobierno de Obama -durante el año fiscal 2011, la administración deportó a 397.000 inmigrantes, batiendo su tercer récord consecutivo-. Las batallas emprendidas por Obama para frenar las leyes antiinmigratorias de Arizona, Alabama -la más restrictiva del país, que insta a los centros educativos a investigar el estatus migratorio de los estudiantes o a dejar un hogar sin luz ni energía- y, por último, la de Carolina del Sur no han satisfecho las expectativas de los hispanos, que consideran que este tipo de leyes no tendrían cabida con la reforma migratoria.
Esta fue una de las promesas electorales de Obama, que, sin embargo, ha ido relegando en favor de otro tipo de medidas -como la sanitaria o la financiera- y que ahora le resulta imposible impulsar por el peso del Partido Republicano en la Cámara de Representantes.
Bajo crecimiento La herencia de dos largas guerras, en Afganistán e Irak, el costoso rescate del sistema financiero tras el colapso de Lehman Brothers y dos planes multimillonarios de estímulo económico han dejado al Tesoro estadounidense exangüe. En agosto pasado, por primera vez en su historia reciente, la deuda pública de los Estados Unidos perdió la máxima calificación crediticia, la preciada triple A, como consecuencia de la incapacidad del gobierno y el Congreso para ponerse de acuerdo sobre una reducción sustancial del déficit. La economía americana creció en el último trimestre al 2,5 %, un ritmo que puede parecer envidiable a los europeos actualmente, pero que resulta insuficiente en este país para devolver un trabajo estable a la gente que lo ha perdido.