NADA será igual. Pronto se cumplirán cinco años desde que el atentado de ETA en la T-4 de Barajas segó la vida de dos personas e hizo saltar por los aires definitivamente el ya maltrecho a esas alturas proceso de paz que se había fraguado entre Anoeta y Loiola, entre noviembre de 2004 y octubre de 2006. Nada será igual fue lo que algunos dirigentes socialistas, en público y en privado, dijeron entonces. La fórmula de Anoeta y de Loiola, la doble mesa de negociación paralela, había quedado defenestrada. Porque los sucesivos procesos o intentos de pacificación en Euskadi a lo largo de estos años han ido recorriendo un sendero en espiral en el que, aun con puntos comunes, el modelo ha ido escalando sucesivamente en exigencia.

El esquema planteado en la Conferencia Internacional de Donostia ahonda en esa evidencia. El doble carril vuelve a estar presente -se habla de un diálogo sobre "las consecuencias del conflicto" y de otro sobre "cuestiones políticas" con actores diferentes-, pero evoluciona. Nada será igual.

La doble mesa de 2006 arranca tras un periodo que el Gobierno se toma para la "verificación" de un "alto el fuego permanente" de ETA decretado en marzo de ese mismo año. Ni siquiera la fórmula que la organización armada utiliza para definir la paralización de las acciones terroristas es la misma que en el pasado. De "alto el fuego permanente", ETA pasará en enero de este mismo año a un "alto el fuego permanente, de carácter general, que puede ser verificado", después de que en Lizarra hablara de "tregua indefinida". El documento auspiciado por las seis personalidades internacionales reunidas en la capital guipuzcoana, y avalado ayer mismo por la izquierda abertzale en una "comparecencia solemne", insta a ETA a un "cese definitivo de la actividad armada".

"cese defintiivo"

Matices lingüísticos y fácticos

El matiz temporal ha avanzado. Ni indefinido, ni permanente. "Definitivo". Otra cosa no sería admitida por el resto de actores políticos como fiable, fundamentalmente por los dos partidos que vieron como lo negociado en Loiola acabó bajo los escombros de la T-4. Pero, sobre todo, el primer punto de la Declaración -en el que se recoge esa exigencia-, impone un condicional. ETA debe declarar un "cese definitivo" y disponerse a a dialogar con Francia y España "exclusivamente las consecuencias del conflicto" para poder entrar a hablar del resto de puntos. Es decir: el texto de Aiete ahonda en despojar a ETA del papel de interlocutor político que ya se le intentó hurtar en Anoeta y Loiola.

De hecho, ésa fue una de las principales novedades del modelo negociador que proclamó Arnaldo Otegi en el Velódromo de Anoeta, lejos de los esquemas que se habían ensayado en Argel -"estrategia meramente negociadora", según la definió la propia izquierda abertzale en sus análisis previos de Anoeta, al amparo de la Alternativa KAS- o, más recientemente, en Lizarra -"estrategia de construcción nacional", según ese mismo análisis, bajo el paraguas de la Alternativa Democrática-.

Pero el matiz temporal que introduce la demanda de la Declaración de Aiete como condición sine qua non, añade un punto diferenciador fundamental: el de la unilateralidad del paso exigido a ETA. El andamiaje de Anoeta nacía cocinado tras meses de contactos y, con esa separación de carriles como premisa, el cese de la violencia -fuera tregua o alto el fuego- era entendido por la izquierda abertzale como "la cumbre" de una escalada. Porque los sucesivos procesos de paz han sido escuela para todos, no sólo para algunos. "En Lizarra empezamos por la cumbre y fue catastrófico, sobre todo para nosotros. Ahora empezamos por el campamento base, a la tregua ya llegaremos", explicaba la izquierda abertzale días antes del acto de Anoeta.

Las dos mesas de Loiola debían avanzar en paralelo. No lo hicieron. Ahora, el documento leído por Ahern en Aiete exige como primer paso un gesto "definitivo" y, además, unilateral. Al respecto, Arnaldo Otegi hacía un análisis en una entrevista concedida a El País en octubre de 2010: "La decisión de suspensión temporal o definitiva de su lucha armada no de deben ni pueden estar sujetas a la existencia de acuerdos de naturaleza política entre fuerzas políticas". Preguntado sobre la clave de la ruptura del proceso de Loiola, Otegi añadía: "El Gobierno, y en buena medida ETA, se manejaban frente a las dificultades inherentes a todo proceso de diálogo y negociación con un esquema que pivotaba en la creencia de que la amenaza de la represión o de la reanudación de los atentados eran una fórmula eficaz para hacer variar las posiciones de la otra parte y desbloquear los atascos (...) Este esquema no sirve para avanzar".

reparto de papeles

Tutelas y liderazgos

Uno de los reproches que se le hizo a la izquierda abertzale en 2006 desde sus interlocutores en la negociación fue que no se sacudiera, como había prometido en Anoeta, la tutela de ETA. El debate interno de esta sensibilidad política, sustentado en la Declaración de Altsasu, Zutik Euskal Herria y el posterior Acuerdo de Gernika, revela movimientos en ese sentido pero, sobre todo, su declarada y manifiesta voluntad de retornar a las instituciones -con gran éxito avalador en las municipales de mayo-, dando incluso un paso histórico: la asunción de la Ley de Partidos en la presentación de los estatutos de Sortu -cuya legalización aún está pendiente del Constitucional-. Esos estatutos hablan expresamente del "rechazo de la violencia como instrumento de acción política" y, en concreto, el "rechazo firme e inquívoco de todo acto de violencia y terrorismo y de sus autores".

Si ETA queda relegada al diálogo con los gobiernos español y francés sobre "las consecuencias del conflicto", o lo que en Anoeta se definió como "desmilitarización, presos y víctimas", el punto cuarto de la Declaración de Aiete "sugiere" abordar una mesa política "con consulta a la ciudadanía". El referente más obvio y próximo de esta sugerencia es Anoeta y, por ello, los socialistas por ejemplo han atisbado en ella una concesión a las posiciones de la izquierda abertzale. Pero la hoja de ruta impone previamente el "cese definitivo" de ETA, lo que debería desactivar esa clave de la ruptura de Loiola que apuntaba Arnaldo Otegi. Es decir, los dos famosos carriles sí: pero sin la amenaza de una vuelta a la violencia y trabajando sin correlación temporal y/o de contenidos.

Un factor en ese escenario sería la vuelta de la izquierda abertzale como tal -Sortu vía Constitucional- a la legalidad y a las instituciones, más allá de las fórmulas de coalición de Bildu o previsiblemente Amaiur. A medio plazo, 2013 sería el horizonte electoral autonómico que reintroduciría a la izquierda abertzale en el Parlamento Vasco y podría propiciar un diálogo multipartito, por ejemplo, en sede parlamentaria. Nada será igual. El reto, sin embargo, es el mismo: deshacer el nudo.