hebrón, ubicada a 30 kilómetros al sur de Jerusalén, es una de las ciudades más antiguas del mundo (igual que la añeja Nablus) y la segunda de las cuatro más sagradas para el judaísmo (acoge la famosa Tumba de los Patriarcas). En la Biblia se menciona al reino de Hebrón en el siglo XVIII a.C., y se afirma que antes de ser conquistada por los israelitas (el libro dice que hacia 1300 a.C.) se la llamaba Kiryat Arba. La Biblia no es un tratado de historia y muchos dudan de la solidez de estos datos, pero nadie niega que el pueblo judío, descendiente de aquellos israelitas, se asentó en Hebrón hace mucho tiempo.

Griegos, romanos, musulmanes y turcos, sucesivamente, conquistaron esta tierra difícil, no sin derramar mucha sangre. La primera matanza de judíos aconteció en 1518, durante el periodo otomano. Después, árabes y judíos compartieron este dominio durante siglos, pero a principios del XX la armonía se quebró. Los árabes expulsaron a los judíos de la ciudad (eran unos 800), en lo que se llamó como La Masacre de Hebrón (23 de agosto de 1929). El balance de víctimas fue de 135 judíos y 116 árabes muertos, estos últimos a causa de la represión británica (administraban el territorio) y de la venganza sionista. Años más tarde, tras la victoria israelí en la Guerra de los Seis Días (1967), los judíos regresaron y ocuparon la ciudad cisjordana. En 1995 una última matanza acabó por tensionar aún más la convivencia entre los dos pueblos. El colono Baruch Goldstein, originario de los EEUU y reputado doctor en las filas de las tropas israelíes, entró en una mezquita y acabó con la vida de 29 palestinos e hirió a unos 150. La historia se repetía, aunque esta vez la peor parte se la llevaron los árabes.

"Hebrón tiene sobredosis de historia", tal y como apunta el escritor israelí Amos Oz, pero la suma de acontecimientos no ayuda a solucionar los problemas de las dos comunidades. Al contrario. Han pasado 44 años y tanto los unos como los otros siguen legitimando su derecho a poseer las tierras de la vieja ciudad, que ahora cuenta con 160.000 habitantes. Hebrón refleja lo que está pasando en Palestina: los dos pueblos viven de espaldas uno del otro. Los israelíes se muestran inmunes a la realidad, hipnotizados por discursos miopes, y los palestinos, frustrados y estrangulados, ven a sus vecinos como los "nuevos colonizadores".

H1 y H2 De día Hebrón es una ciudad bulliciosa. El sol quema. Los bazares rebosan de productos típicos de la zona, como las uvas, la cerámica o el vidrio. Sus habitantes inundan las vías y callejuelas, y los cientos de coches magullados se desparraman entre una muchedumbre frágil e inquieta. Decenas de casas se amontonan en el valle, mientras los minaretes de las mezquitas y las cúpulas bulbosas de las sinagogas rematan el paisaje blanco que se extiende también a las colinas cercanas, dibujando un panorama desordenado pero cálido. En una de las lomas más pronunciadas descansa el asentamiento de Kiryat Arba, donde desde 1967 residen cerca de 7.000 colonos israelíes. No son los únicos, porque otros 600 habitan en el centro de la ciudad, condicionando de modo inimaginable la vida de sus vecinos.

El Gobierno israelí ha emplazado a 2.000 soldados para proteger a los colonos del "peligro palestino". No solo eso, porque este dispositivo está basado en una partición dramática de la ciudad en dos áreas: H1 y H2. La partición se llevó a cabo tras los Acuerdos de Oslo (1993). Así, en H1 viven cerca de 130.000 personas bajo la administración de la Autoridad Palestina, y en H2 (que ocupa menos del 20% del municipio, incluido el centro histórico) se agolpan 600 colonos rodeados de 35.000 palestinos. ¿Qué supone esta partición? Un caos para los palestinos y también un incordio para los propios colonos, que se pasean por el centro con rifles automáticos colgados a sus espaldas.

Muros de cemento que cortan calles enteras, check-points cada cien metros, cámaras de vigilancia en los techos, presencia militar constante? Insufrible. Pero los palestinos que residen allí lo padecen cada día, y los colonos viven aislados en las zonas que protege el ejército. Llegan a cruzarse en una calle, pero el camino también está seccionado: una vía para los colonos y otra para los palestinos.

"Antes, en mi época, los judíos y los árabes salíamos juntos, viajábamos juntos y compartíamos muchas cosas, a pesar de que no siempre nos llevábamos bien. Pero las nuevas generaciones solo conocen esto. Es decir, los colonos y los jóvenes soldados del ejército israelí nos ven como terroristas, para ellos no somos personas, y los jóvenes palestinos ven a los israelíes como invasores", sentencia un árabe que vive en H2.

Fantasmas En Hebrón la noche es un techo de silencio y, mientras los aledaños palpitan, el centro calla y reza. En el casco antiguo, en la famosa Casba, la luz se agacha entre los toldos y los tejadillos de las casas y las calles se muestran vacías y sucias. Los bazares han cerrado y solo queda abierto algún centro de recreo, abarrotado de niños que se entregan con voracidad a los videojuegos. "Para pasar a la mezquita, que ahora está dividida y también es una sinagoga, hay que pasar por dos controles, y si te acercas a la zona de los colonos hay que pasar un check-point más", informa Isaa Amro, miembro del Comité Popular de Hebrón.

Las pocas personas que se aventuran a recorrer las sinuosas y estrechas calles de la ciudad vieja caminan agachadas y evitan mirar a los soldados que patrullan el área. Parecen fantasmas. Los turistas, en cambio, se fotografían junto a los militares y bromean acerca del Barça y del Real Madrid. "Yo Messi, es el mejor. Ronaldo no, es muy chulo", acierta a decir en un castellano aceptable un joven oficial de no más de 20 años. Si el día es para los mercaderes palestinos, la noche pertenece por completo al Ejército israelí, que campa a sus anchas en un distrito triste que podría servir como atrezzo de cualquier película Fritz Lang.