LAS estrictas medidas de seguridad en los aeropuertos, el humo que envolvía la Zona Cero, una tienda de ropa totalmente cubierta de polvo, la gente con mascarillas... Son los primeros recuerdos que le asaltan al fotógrafo Ángel Ruiz de Azua, cuando se le pregunta por su trabajo como enviado especial a Nueva York tras los atentados contra las Torres Gemelas. Pero de todo, dice, lo que más le impactó fueron "las miradas de angustia, incertidumbre y pavor" de quienes se paraban a contemplar los escombros. "Esas expresiones de incredulidad, como diciendo: No puede ser, esto es un sueño".

También se le han quedado grabadas en la retina las imágenes de los bomberos y policías rendidos por el cansancio. "Entré en una iglesia que tenían como sitio de recuperación, con la cámara medio escondida, y ni se enteraron. Estaban agotados, tratando de sacar a los que podían quedar bajo las ruinas".

Cuando recibió la llamada del periódico, tras el 11-S, Ruiz de Azua estaba de vacaciones en Andalucía. "¿Ya has visto? Y yo: Joder, la realidad supera la ficción. ¡Vaya movida! Pues si te animas a ir para allá... Digo: Ahora mismo. Así les contesté". Así, sin dudarlo un instante. "Pensé: hay que ir, en primera línea. ¡Qué bien, ostras, al corazón de la noticia!".

Fue, asegura, como cuando dieron el golpe de Estado el 23 de febrero de 1981. "Estábamos en el periódico, oyendo todavía los disparos, y dijimos: vamos a Madrid. Sin pensarlo, porque fíjate, matrícula de Bilbao, a Madrid, en un golpe de Estado. Si realmente hubiera triunfado... Pero era tal la fuerza de la noticia en aquel momento, esa juventud, las ansias de intentar conseguir imágenes... Y lo mismo me pasó en esta ocasión", explica.

Una vez se reanudaron los vuelos rumbo a Nueva York, preparó la maleta consciente de la dimensión de los acontecimientos. "Veía que la cosa era muy gorda, como cuando los japoneses bombardearon Pearl Harbor. Pensaba: aquí, la tercera guerra mundial. Con Bush gobernando, decía, se va a montar una gorda contra el mundo árabe. En la Segunda Guerra Mundial tiraban pepinillos, pero tú fíjate ahora los pepinos que hay. No sabías cómo podía terminar la cosa".

De bruces con la CIA Superados los desesperantes controles de los aeropuertos, el fotógrafo tampoco lo tuvo fácil para trabajar sobre el terreno. "La Zona Cero estaba totalmente acotada. Si a un policía americano le dan la orden de que por allí no pase nadie, te pega dos tiros si la incumples. Aquí podías hablar, intentar convencerles, pero allí era tremendo. Nosotros nos acreditamos como prensa y yo creo que fue peor, porque estabas identificado y ya tenías delimitado hasta dónde podías llegar".

Pese a la barrera infranqueable, con la ayuda de un corresponsal de Radio Euskadi, una noche consiguió aproximarse algo más a las ruinas del World Trade Center. "Me metió en unos callejones y me dijo: Ahí lo tienes, pero yo me piro, porque trabajo aquí y como me pillen... Fue la única vez que me pude acercar un poco". El esfuerzo mereció la pena y dio como resultado una foto de la esquelética fachada de una de las torres con la bandera estadounidense ondeando en lo alto.

En su afán por colarse hasta la cocina, Ruiz de Azua a punto estuvo de meterse en un buen lío. "En la iglesia donde iba a descansar el personal de emergencias, subí por una escalera y salí a una especie de terraza. Según me fui a asomar, vi que estaban los de la CIA, me imagino que buscando restos o alguna prueba. Dices: Joder, si me llegan a pescar".

Un nombre al que llorar La entrevista realizada a Manuel Trujillo, director de psiquiatría del Hospital Bellevue, al que llegaron los primeros heridos, también dejó huella en la memoria del fotógrafo. "Recuerdo cómo decía que el gran problema iba a ser que los cuerpos no iban a aparecer, porque la gente necesitaba un lugar donde ir a rezar", comenta Ruiz de Azua. Un vistazo a la hemeroteca lo confirma. "Es muy importante que, se construya lo que se construya, haya una buena memorialización de las personas que murieron allí. Tiene que haber nombres para que la gente pueda tocarlos, llorar y completar el duelo", advertía ya por aquel entonces Manuel Trujillo. "Luego he visto que poco a poco se fue cumpliendo ese proyecto que ya tenía el psiquiatra jefe", certifica el fotógrafo, quien tampoco olvida la conversación con "un bombero que estaba de vacaciones, volvió a la base al enterarse del atentado y fue donde más efectivos murieron".

A falta de lápidas, los neoyorquinos recordaban a las víctimas en plena calle. "En cualquier pared montaban esos paneles del recuerdo, donde lloraban recordando a los seres queridos que habían perdido y pegaban carteles con la frase Dios bendiga América", rememora Ruiz de Azua, quien también cubrió, como reportero gráfico, varios accidentes de avión, entre ellos el del monte Oiz, en el que perdieron la vida 148 personas. "Quitando eso, a nivel de catástrofes, el 11-S, sin duda, fue tremendo".

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