prácticamente cerrada la configuración de las instituciones para la nueva legislatura municipal y foral, ha llegado el momento de pisar suelo. Ha llegado el momento de gobernar a quienes han resultado favorecidos por los votos y de hacer oposición a los perjudicados. A falta de resolver la incógnita de la Diputación de Araba, comenzarán a visualizarse en Hego Euskal Herria los efectos del 22-M: el monaguilleo del PSN para sostener el Gobierno de derecha rancia en Nafarroa, la complicada pluralidad del poder foral en la CAV y el tan amplio como enigmático despegue municipal de Bildu.
A estas alturas nadie duda de que la coalición soberanista integrada por Eusko Alkartasuna, Alternatiba e "independentistas de izquierdas" ha sido la revelación electoral. Quizá sería excesivo afirmar que Bildu ha arrasado -como pretende más de un voluntarioso opinador de la izquierda abertzale-, pero es evidente que sus resultados le han otorgado un poder sin duda muy por encima de lo previsto.
Le ha llegado, por tanto, a la izquierda abertzale histórica el momento de dar trigo. Y aludo a la izquierda abertzale histórica, consciente de que la acumulación de fuerzas independentistas es parte fundamental en su estrategia para llevar adelante el proceso, de acuerdo al documento "Zutik Euskal Herria" presentado en Iruñea en noviembre de 2010 y que dio pie a la creación de Sortu.
Mientras Sortu no sea legalizada, el poder delegado queda en manos de Bildu y en esa coalición quien actúa de locomotora hegemónica es la izquierda abertzale histórica a través de los independientes. Con esta realidad interna se ha producido la eclosión electoral de Bildu, que ha recogido los votos de las fuerzas integrantes de la coalición pero también ha sumado a miles de votantes de aluvión movidos por la reacción a la injusticia de la ilegalización.
Ahora, asumida la enorme responsabilidad contraída tras el 22-M, llega el momento de mirarse hacia adentro y reconocer que muchos de los electos que lideran instituciones vascas fueron casi reclutados "a lazo" entre afiliados y simpatizantes sin pasado político notorio, sin conocimiento ni experiencia de los procedimientos de la Administración. Con estas carencias, con tan escaso recorrido en la gestión real por parte de muchos de sus electos, el desembarco de Bildu en el poder debería comenzar a ejercerse desde la humildad, sin arrogancias, ni prisas, ni maximalismos. La lógica euforia tras el triunfo debe ahora dejar paso a la maduración de un proyecto de gestión de las cosas de comer, de las tan manidas necesidades reales de los ciudadanos, que no se resuelven con un quitar o poner de banderas, ni con las soflamas de rigor, ni con las apelaciones al todo o nada, ni con el NO de salida, ni con las demandas de participación popular de parte, ni con la precipitada retirada de escoltas, ni con la algarada, ni con la coacción, ni con el pintoresquismo del bertso o la gizon dantza.
Para no morir de éxito, a Bildu y a quienes le apoyaron el 22-M les bastaría con reconocer el pequeño pero determinante detalle de que en las más ilustres instituciones que presiden no lo hacen con mayoría absoluta. Y esta circunstancia obligará inexorablemente a pactar, a ceder, a renunciar a su parte de razón para conciliarla con la razón de los otros, a un ejercicio de humildad y de habilidad política al que la izquierda abertzale hegemónica en Bildu quizá no esté demasiado acostumbrada.
Desde su arrollador resultado electoral, algunos representantes electos de Bildu han hecho gala de una arrogancia no demasiado coherente con el trayecto recorrido hasta este momento histórico. El sector hegemónico de la coalición debe reconocer que durante décadas ha enarbolado la bandera de la negociación política que aseguraría el fin de la lucha armada a cambio de la autodeterminación. Y aquí están ahora, obligados a aceptar un proceso unilateral de cese de la violencia a cambio de una legalización condicionada y precaria. En el camino, demasiado dolor y demasiada frustración.
El caso es que han llegado hasta donde ahora están gracias a un proceso de reflexión no exento de realismo, cosa que ha merecido un reconocimiento y una compensación manifestada en masivo apoyo electoral. Eso sí, deberían reconocer con un mínimo de autocrítica que han llegado un poco tarde. Y que otros, por proponer bastante menos de lo que ellos han aceptado ahora, fueron tacharon de traidores. Nunca es tarde para rectificar. Pero desde la humildad.