ES comprensible que un desastre electoral como el sobrevenido el pasado 22-M al PSE y al PSN haya sumido a los dirigentes de ambas formaciones socialistas en la estupefacción y en un estado de pasmo político muy complicado de digerir. Pero hay que reconocer que los navarros le han dado pronto la vuelta al descalabro con ese desparpajo al que cada vez nos tiene más acostumbrados. En caída libre desde las andanzas de aquella banda de rufianes comandada por Urralburu, el PSN ha vuelto a compensar la pérdida de votos y de escaños aceptando el bochornoso ejercicio de mamporrero de la derecha más rancia, a cambio de colgar de la teta de UPN. Sin ruborizarse, esta vez sin siquiera despistar, han ahogado la amargura de su fracaso electoral en el consuelo de las migajas recibidas por el servicio prestado. Ellos ya han resuelto lo suyo. Y a la mayoría social navarra que les pedía el cambio, pues un corte de mangas y que le vayan dando.
En el PSE las cosas no están resultando tan fáciles, quizá porque no han logrado una teta a la que colgarse. Cosecharon el 22-M un fracaso histórico del que no les ha podido salvar su férreo pacto frentista con el PP, y no por falta de ganas sino porque esta vez la aritmética no daba. A falta de ese soporte contra natura, y para pasmo de cualquier observador imparcial, el PSE pretendió reclamar al PNV que se sumase a un nuevo pacto frentista, esta vez contra Bildu. Hace falta cinismo, insolencia e insensatez para exigir apoyo a quien se le robó la cartera con alevosía y menosprecio.
La explosión de ira del PSE tras la negativa del PNV a plegarse a su pacto excluyente va más allá de la complicada digestión de su batacazo electoral. Sus furibundas arremetidas contra los jeltzales ni siquiera pueden atribuirse a la decepción, para ellos nefasta, de la pérdida de la alcaldía donostiarra. La apuesta era trascendental, ya que Ernesto Gasco llegó a su candidatura a navajazos -metafóricos, por supuesto- y dejando unos cuantos cadáveres -también metafóricos- de compañeros en la cuneta -por acabar en metáfora-. Pero a fin de cuentas, en Donostia el PNV se votó a sí mismo y el PSE no era la lista más votada.
Hay que ir al pleno de constitución del Ayuntamiento de Lasarte-Oria para mejor interpretar el arrebato de cólera de todos los dirigentes del PSE y su embestida desproporcionada contra el PNV, a quien culpan de todos los males venidos y por venir. En aquel pleno, los concejales jeltzales no cumplieron la consigna del partido; no se votaron a sí mismos, sino a la lista más votada de la oposición, que resultó ser la de Bildu.
En Lasarte-Oria todo parecía indicar que los socialistas tenían la seguridad de mantener la alcaldía, porque de otra forma no se explica la presencia en aquel pleno local del secretario del partido en Gipuzkoa y consejero de Transportes, Iñaki Arriola, y la del presidente del PSE, Jesús Eguiguren. El candidato Jesús Zaballos acudió trajeado, con corbata y como salido de la peluquería. Pero luego ocurrió lo que en tantas localidades vascas ha ocurrido, que la aritmética arrebató el cargo al candidato previsible, o al más votado. El PSE sabe mucho de esto.
Algo va más allá de la pérdida de esa alcaldía. Algo va más allá que una mera indisciplina en los votos del PNV. Ahora, arrebatado el poder al pacto PSE-PP que creía haber enterrado para siempre el oscuro itinerario de Ana Urchueguía tras 24 años de absolutismo autoritario, pueden de nuevo salir a la luz sus irregularidades próximas a la ilegalidad en la gestión de fondos para la cooperación. El nuevo poder municipal llevará al juzgado lo que pretendieron ocultar con tanto empeño no solo los ediles socialistas lasartearras apoyados por el PP, sino también la cúpula del PSE, del lehendakari para abajo. Esa judicialización pone los pelos de punta al partido de Ana Urchueguía, hoy protegida por alejamiento oficial en Sudamérica. Pensaban que con la aprobación chapucera e in extremis de las conclusiones de la Comisión de Investigación se habían librado, pero el nuevo Ayuntamiento ya ha anunciado su disposición de llevar el asunto ante el juez porque quedan muchos datos que investigar, mucha documentación para aclarar cuánto y cómo se administró lo recaudado para la cooperación, qué pintaba lo más granado del socialismo guipuzcoano en la ONG Allende y otros importantes flecos que quedan sueltos y sin aclarar.
A juzgar por su furibunda reacción, lo que ha quedado bien claro es que para el PSE-EE la pérdida de Lasarte-Oria -una localidad media, no especialmente relevante- ha supuesto mucho más que el disgusto de haber perdido una alcaldía. Por algo será.