vitoria

LA detención de Ratko Mladic, el hombre más buscado de las guerras en la antigua Yugoslavia (1991-1995), no logra cerrar las heridas del conflicto de los Balcanes. Porque con este arresto, vuelven a surgir las imágenes de Karadzic y Mladic (el ideólogo y el ejecutor de la limpieza étnica serbia) paseándose por las colinas de Sarajevo, contemplando con satisfacción cómo las piezas de artillería serbias martilleaban la ciudad bosnia, asediada y rodeada por francotiradores que disparaban contra civiles inermes. Especialmente sangriento es el ataque serbio contra el mercado de la capital de Bosnia-Herzegovina, el 5 de febrero de 1994, con 68 víctimas mortales y cientos de personas heridas.

Por ello, la imagen del orondo y, entonces fanfarrón Mladic, estará unida a esos dos momentos trágicos de la última guerra en los Balcanes, por los que será juzgado en La Haya. Con su extradición se da ya por escrito el capítulo de los tres grandes criminales de guerra de la ex Yugoslavia: Slobodan Milosevic (fallecido en prisión), Radovan Karadzic (en pleno proceso) y Mladic. De los 161 acusados por el tribunal especial, sólo uno no ha sido procesado; Goran Hadzic.

El arresto de Mladic adquiere una gran carga simbólica porque supone escribir otra página más en el libro de una guerra horrorosa, con limpieza étnica, políticos europeos impotentes y cómplices, horrendas masacres y un cerco cruel y medieval a Sarajevo, con miles de muertos. Y es que hace sólo 16 años que en la ciudad estadounidense de Dayton se cerró una guerra en la Europa de fin de siglo, que creía haber presenciado ya todo el horror posible en Auswichtz y asistía atónita a una nueva carnicería en su patio trasero de los Balcanes. En plenos noventa y protagonizada por antiguos vecinos del más hippy de los países comunistas, Yugoslavia, de repente se descubrían enemigos irreconciliables tras 40 años de convivencia bajo el látigo de Tito. Así, en 1991, se desató una de las contiendas más sangrientas que el suelo europeo haya conocido jamás. Lo atestiguan los muertos, más de 300.000, dos millones de refugiados e innumerables desaparecidos, cuyo destino se perdió inexplicablemente en el umbral del siglo XXI en el corazón europeo.

Tras saltar por los aires a raíz de la caída del muro de Berlín, Yugoslavia parió cinco estados con fronteras étnicas. Croacia, Eslovenia, Macedonia y Serbia-Montenegro son estados creados sobre la base de la monogamia política, aunque con minorías en precario. Bosnia Herzegovina estaba destinada a ser el espejo en que se miraran los países devastados por la limpieza étnica. Un ejemplo de que la convivencia era posible después de lo sucedido en Srebrenica, la peor masacre en Europa desde 1945, que acabó con la vida de 8.000 varones musulmanes. Pero en realidad, lo que ha quedado de aquella guerra, es un puzzle complejísimo de países que intentan buscar su sitio en el mundo tras la implosión de su antigua nación.

Casi veinte años después, las ex repúblicas yugoslavas viven realidades bien distintas. Quizá, el epílogo feliz corresponda a Eslovenia, el estado balcánico económicamente más próspero. A diferencia de Bosnia, donde la mezcla de nacionalidades y religiones ha configurado tradicionalmente un rompecabezas imposible de resolver, Eslovenia cuenta con una estructura religiosa y social homogénea y uniforme. Croacia, por su parte, en la costa dálmata, intenta volver a ser el centro neurálgico del turismo que era antes de la guerra.

bosnia, la verdadera guerra Pero la verdadera guerra, en su forma más cruel y primitiva, se libró en las ciudades y pueblos de Bosnia. Porque si Eslovenia es la parte más desarrollada, Croacia un paraíso turístico y si Serbia dicen que puede alimentar a media Europa, Bosnia representa el alma de un país imposible. No en vano, en esta pequeña región balcánica se desató el caos y retrocedió varios siglos en el tiempo para recrear una batalla casi medieval. Nunca Caín mató a Abel con tanta saña.

Ahora Bosnia sufre su peor crisis desde el final de la guerra, en 1995, debido al punto muerto en que se encuentra la formación de un Gobierno central, a los problemas económicos y a las violaciones de los acuerdos de paz de Dayton. Bosnia es, de hecho, un semiprotectorado, puesto que la máxima autoridad en el país es un alto representante internacional de amplias potestades, cargo que ocupa ahora Valentin Inzko.

En medio de estos fantasmas, se erige Srebrenica como la mayor masacre que simboliza 44 meses de exterminio. Pero hubo muchas más. Por encima de todas, destaca la vergüenza del sitio de Sarajevo, con más de 15.000 muertos, y 50.000 heridos. A causa de estas muertes y la migración forzada, para 1995, la población había sufrido una sangría del 64%. Porque la otra acusación que pesa sobre el que fuera el jefe de Estado Mayor del Ejército de la República Srpska es el asedio a esta ciudad. El sitio de Sarajevo fue el más prolongado en la historia de la guerra moderna, 1.350 días, superando las 900 jornadas que sufrió Leningrado. Las detenciones de numerosos oficiales serbobosnios y serbios de alto rango completan el terrible cuadro de horrores.

Ahora Serbia, sometida a una gran presión internacional, se empeña en que el arresto de Mladic es clave para la reconciliación en los Balcanes, pero sus vecinos siguen mirando hacia otro lado.