BILBAO. ¿Fue un proceso difícil?

Fue un proceso, sobre todo para los militantes, muy difícil. Fue una decisión unilateral y no mayoritaria de una parte de la organización, impulsada por un sector de EE que luego acabó en el PSOE. La mayor parte de la militancia estaba en contra. Otra cosa es que no estuviera en condiciones de replantearse la actividad armada, pero no el paso que se dio. Realmente lo que fue es la salida personal de una serie de militantes que estaban cansados de su actividad, y de otra serie de gente que ya había dejado de ser militante y se apuntó para hacer número y buscarse la vida para volver a la legalidad tras el exilio. Los intereses movían a un sector de EE chantajeado, amenazado con la represión política. Se le puso el caramelo en la boca de todo lo que iban a conseguir.

¿Qué argumentaba esa mayor parte a la que alude para oponerse?

Se había dado el 23-F. Había una ofensiva total contra el autogobierno, poco después se instauró la Loapa... Pensábamos que el proceso de transición no había acabado. Apoyamos el Estatuto, y se hicieron acciones armadas a su favor. Se seguía apostando por el proceso estatutario, pero como un paso intermedio. En aquel momento en el que justo las fuerzas españolas más antiautogobierno estaban levantando cabeza y hubo una ofensiva terrible para condicionar el desarrollo del Estatuto, pensamos que quedaba todavía mucho por hacer. Entre otras cosas, porque entendíamos la lucha armada como garante del autogobierno y el avance democrático en Euskal Herria. Por otra parte, en la lucha por la hegemonía política, EE se vio desplazada porque Herri Batasuna consiguió más apoyos electorales. Los que en EE apostaban claramente por su proyección en la vida pública y por vivir de la política tenían en sus manos liquidar la organización armada, y lo hicieron. Bueno, lo intentaron.