CUANDO hace quince días le dieron el alta hospitalaria en el Gregorio Marañón, tras una infección urinaria, Rubalcaba terminaba el primer descanso que se pillaba en mucho tiempo. El súper vicepresidente flaqueaba y parecía una muestra de debilitamiento de un hombre de casi sesenta años, -nació en Solares (Cantabria) en 1951- que, según todas las quinielas, se postulará a suceder a José Luis Rodríguez Zapatero. Atosigado de carteras y responsabilidades públicas, es el político que probablemente haya dado más ruedas de prensa a lo largo de su vida y aun así goza de una reputación envidiable.
Tiene una personalidad compleja y seductora que le ha permitido sobrevivir a todas las catástrofes políticas de su partido. Es el hombre que sabía demasiado, el tipo fiable, irónico, trabajador infatigable, que se ve en el atolladero de asumir la responsabilidad de ilusionar nuevamente a la izquierda y al centro moderado.
Muchos le temen por inteligente y por sus dotes de Maquiavelo. Con sus intrigas, se mueve como pez en el agua en el campo minado de las maniobras políticas. Siendo un veinteañero corrió los 100 metros lisos en 10,9 segundos -se quedó a cinco décimas del récord- y ahora se ha convertido en un corredor de fondo que prefiere sentarse con un buen habano. Con rango de todopoderoso, ha sido la persona que más cargos de importancia ha atesorado a la vez durante la democracia, desde que en 1992 accediera a su primer cargo ministerial, la cartera de Educación. Este ave fénix del socialismo lleva metido en política tres décadas aunque fue Felipe González el que le proporcionó sus mayores días de gloria.
Para el jeltzale, José Ramón Beloki, es obvio que se trata de "un político correcto y un trabajador infatigable que cuida mucho los detalles. Pero habría que ver qué hay más allá de los detalles", asegura con cierto escepticismo, para añadir que "Rubalcaba se ha mostrado dispuesto a entrar en el juego periodístico de las apuestas".
El ascenso del nuevo vicepresidente primero, aunque él insista en que es un político que ya está de vuelta, atiende a su tirón popular, punto clave grabado a fuego en el manual del buen político. Su veteranía es un certificado seguro para afianzarle como sucesor. Porque Rubalcaba se crece delante de las masas y se mete al público en el bolsillo. En los mítines y en todas sus apariciones públicas, controla la situación, se le ve que está disfrutando del momento y de su posible candidatura. Mira con calma, controla el movimiento corporal, mantiene la mirada y se dirige de tú a tú al público, es persuasivo y sabe marcar las distancias perfectas.
Pero aunque pocos duden de su buen pronóstico, Rubalcaba acostumbra a jugar con el caballo perdedor en este tipo de procesos electorales. Su desgraciado historial de apuestas políticas, siempre por el candidato oficialista, se remonta a las primarias de 1998, cuando hizo campaña indisimulada por su amigo, excompañero de Gobierno y secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, frente a Josep Borrell.