A pesar de que Rufi Etxeberria e Iñigo Iruin dieron a conocer hace apenas dos semanas la nueva marca de la izquierda abertzale, Sortu no nació ayer sino hace exactamente un año, el 16 de febrero de 2010, cuando este sector cerró su proceso de reflexión y decidió hacerse con el timón para poner rumbo a la plena actividad política forzando a ETA a bajar por fin la persiana.

La gestación de la criatura había sido larga e intensa y en ella se embarcó como nunca su masa social, que celebró un sinfín de asambleas pueblo a pueblo, barrio a barrio, hasta llegar a una conclusión respaldada por la fuerza de la mayoría y, por lo tanto, incontestable por propios y extraños: había que cerrar de una vez por todas el ciclo de la violencia. El viaje desde la justificación de la actividad de ETA como "expresión del conflicto" hasta la revolución que suponía considerarla un obstáculo no requería menos alforjas.

De Alsasua a Pamplona Siempre amigos del simbolismo político, eligieron la localidad navarra de Alsasua para anunciar la gestación del proyecto que ya ha sido bautizado como Sortu, volviendo así a la cuna que vio también nacer a la Herri Batasuna de la Transición.

Fue un acto sobrio, pero preñado de futuro, con el que el universo que hasta entonces había representado Batasuna prometía un nuevo rumbo ajeno a las "injerencias violentas" siguiendo los planteamientos que exploraban Arnaldo Otegi o Rafa Díez Usabiaga cuando fueron detenidos por dibujar Bateragune. Preguntada por el alcance de la Declaración de Alsasua, la ex parlamentaria Jone Goirizelaia subrayaba rotunda ya entonces que suponía "un compromiso nuevo", que se plasmaría tres meses después, tal día como ayer, con la presentación de Zutik Euskal Herria.

La ponencia reconocía las "divergencias" que habían tensado un debate en el que los duros introdujeron la ponencia continuista Mugarri. Sin embargo, la mayoría decidió que había llegado "la hora de dar pasos" e impuso su criterio ante los defensores de la validez de la lucha armada. "Nuestras decisiones deben ser siempre consecuencia de nuestra voluntad" y no deben depender de la de "nadie más", advertían sus redactores dejando en el aire la referencia a ETA, antes de reiterar que el nuevo tiempo tenía que ponerse en marcha "en ausencia total de violencia y sin injerencias".

El texto se presentaría oficialmente en Pamplona dos meses después en un acto en el que el reproche a ETA por haber tirado de la cuerda de Loiola hasta romperla en Barajas se convirtió en el puñetazo que Otegi dejó sin dar entonces sobre la mesa: "La reanudación de las acciones armadas, lejos de solucionar los bloqueos en el diálogo, no ha hecho sino producir un bloqueo superior", afirmaron públicamente los máximos dirigentes de este sector.

El alto el fuego de ETA se estaba haciendo esperar demasiado y los posibilistas decidieron seguir avanzando siguiendo la vía explorada por el Sinn Fein en Irlanda, donde respondieron a la ruptura de la tregua del IRA arrebatándole el papel de vanguardia del movimiento de liberación a base de pequeños pasos que, si bien evitaban un enfrentamiento directo con la organización, le señalaban un recorrido ineludible.

Así llegó el Acuerdo de Gernika, en el que este mundo se sumó por primera vez a una declaración que, no conforme con la suspensión de "acciones ofensivas" anunciado en la BBC, exigía directamente a ETA la declaración "de un alto el fuego permanente, unilateral y verificable por la comunidad internacional" que fuera además "expresión de voluntad para un definitivo abandono de su actividad armada".

La evolución política había florecido y daba sus primeros frutos colocando la pelota sobre el tejado de una ETA obligada a seguir los pasos de su base social a contrarreloj.

Ahora, con Sortu agitando las aguas del escenario político, algunos de sus portavoces como Rufi Etxeberria o Tasio Erkizia, coinciden en subrayar que la tregua decretada por ETA del pasado 10 de enero "es la definitiva", que "el ciclo de actuación" de la banda "ha terminado" y lo que es más, que de no ser así, rechazarán sus actuaciones "expulsando" del partido a quien no lo haga, lo que puede suponer el fruto de una revolución interna llamada a su vez a revolucionar todo el escenario sociopolítico vasco.