El final oficial del último alto el fuego que ETA decretó el 6 de junio de 2007 -pese a que la tregua acabó de facto con el atentado contra la T-4 en diciembre de 2006- dio paso a una intensificación de la lucha antiterrorista que sólo puede ser descrita con frases grandilocuentes: más de 400 activistas de la banda detenidos, su cúpula descabezada en seis ocasiones y la sucesiva desarticulación de sus comandos, tanto de los más activos como de aquellos que aún no habían tenido tiempo de empezar a actuar.

Todo ello ha provocado que el grupo armado se haya visto contra la espada y la pared, más debilitado que nunca e incapaz de mantener una actividad constante, lo que sin duda ha influido en el anuncio del cese de las acciones violentas que se hizo público ayer. Al creciente acoso policial, jurídico y político se suma la creciente colaboración internacional en la lucha contra la banda, por el que el Estado francés ha dejado de ser su tradicional santuario, sobre todo tras el asesinato del agente galo Jean Serge Nerín el pasado 16 de marzo.

Desde que, tan sólo un día después de anunciar el fin de la última tregua, la Policía francesa detuviera en Bagnéres de Bigorres a Alaitz Areitio, Igor Igartua y Aitor Lorente, los golpes contra la banda han sido incesantes. Buena prueba de cómo cambió el escenario tras el fracasado proceso de paz es que, poco más de un año después, todos los dirigentes de la banda que habían participado en el mismo habían sido capturados.

Paradigmático fue el caso del arresto, en mayo de 2008 en Burdeos, del entonces jefe político de ETA, Francisco Javier López Peña, Thierry, junto con Igor Suberbiola, Jon Salaberria y Ainhoa Ozaeta. La documentación incautada a Thierry, uno de los principales protagonistas de las conversaciones con el Gobierno español durante el proceso de paz, sacó a la luz el pulso fraticida que, durante esos meses, habrían mantenido las facciones más posibilistas en el seno de la banda -lideradas por el propio López Peña- y los duros, encabezados por el jefe militar Garikoitz Aspiazu, Txeroki. Una lucha que se habría decantado a favor de este último, lo que provocó el ostracismo de Thierry. Ello no evitó que, pocos meses después, el 17 de noviembre de 2008, la Policía francesa detuviera en Cauterets a Aspiazu junto a su compañera, Leire López Zurutuza. Este arresto tuvo un gran efecto simbólico, por la importancia del dirigente capturado y por su significación como adalid de la línea más ortodoxa.

La cúpula de ETA ya estaba instalada en una perenne situación de fragilidad y, en lo que supuso todo un récord, menos de un mes después caía en manos de la Policía gala el sucesor de Txeroki, Aitzol Iriondo, Gurbitz. Los ejemplos se han sucedido desde entonces, y así, la operación contra ETA más relevante de este año se produjo el pasado 28 de febrero con el arresto en Francia del entonces número uno de la banda, Ibon Gogeaskoetxea, junto a otros dos activistas.

De nuevo poco después, el 20 de mayo, el entonces jefe militar de ETA, Mikel Carrera Sarobe, Ata, era detenido junto a su lugarteniente Arkaitz Agirregabiria del Barrio, cuando abordaban la reorganización de los comandos, al parecer para acometer una nueva campaña durante el verano.

"Taldes" Los comandos de ETA tampoco han estado a salvo del acoso policial y han ido cayendo de forma paulatina. Es el caso del comando Elurra, que perpetró el atentado contra la T-4 del aeropuerto de Barajas el 30 de diciembre de 2006, y cuyos integrantes Igor Portu, Mattin Sarasola, Joseba Iturbide y Mikel San Sebastián fueron detenidos a principios de 2008.

No menos activos fueron los miembros del comando Bizkaia desarticulado en julio de 2008, liderado por Arkaitz Goikoetxea y Jurdan Martitegi -éste sería arrestado en abril de 2009- y que se encargó de la mayoría de atentados en la CAV tras la ruptura de la tregua. En una línea diferente, la Policía detuvo a los miembros del comando Nafarroa en noviembre de 2008 antes de que pudieran llevar a cabo siquiera su primer atentado.