AJoshi la llaman bruja. Una mujer la acusa de haber provocado su esterilidad. Otra, de que su marido le haya sido infiel. Ambas, junto a la mayoría del poblado en el que vive, quieren expulsar a esta adolescente de 17 años, y parecen haberse embarcado en una campaña para hacer su vida aún más difícil. Justo cuando la joven pensaba que su pesadilla había concluido. Su delito es haber sido víctima del tráfico de personas destinado a la prostitución, una lacra que afecta cada año a miles de mujeres y niños en Nepal, uno de los países más pobres de Asia y emisor de mano de obra barata para la industria, el campo y el sector doméstico en toda la región.

Como muchas otras, Joshi, una de seis hermanas, fue engañada por un hombre que prometió darle un empleo digno en la capital del país, Katmandú. La metieron en un camión en el que viajó durante más de dos días. Terminó secuestrada en un burdel de Calcuta, India, en el que la violaron, la torturaron, y la obligaron a prostituirse durante dos años. Afortunadamente, fue rescatada durante una redada impulsada por una ONG local que cuenta con el respaldo de UNICEF, y está limpia. Los análisis de sangre confirman que, a pesar de haber sido forzada a servir a más de quince hombres al día, la mayoría sin ningún tipo de protección, no hay rastro del sida. Cuando le dieron la noticia, y le aseguraron que la devolverían a su poblado, Joshi no pudo contener lágrimas de alegría.

Sin embargo, su pesadilla, que comenzó en agosto de 2004, posiblemente la acompañe durante el resto de su vida. El estigma de la prostitución es una losa de la que es imposible librarse. Más aún en la estricta sociedad nepalí, donde el sistema de castas y la religión todavía juegan un papel principal. Joshi regresó hace unos meses a Gorahi, su pueblo natal, en el centro oeste del país del Himalaya. Desde entonces, su vida se reduce a cuatro paredes de adobe. Cuando las abandona, los vecinos le lanzan piedras, incluso excrementos.

rechazo En un intento desesperado por mejorar su situación, un comité local de UNICEF trata de hacer entender a los habitantes del poblado de que ella nada tiene que ver con lo que sucede en sus vidas, pero no hay manera. "Una vez que ha perdido la virginidad y se ha convertido en prostituta, la salida más satisfactoria para ella es comenzar de nuevo en un lugar en el que nadie sepa de su vida", explica Ana Dahal, representante del comité. Pero Joshi se resiste. "No tengo a dónde ir. No he hecho nada malo. Resistiré y demostraré que yo no tengo la culpa de lo que le sucede a la gente".

Su caso se repite en la mayoría de localidades del país. "En casi todos hay familias que han perdido a sus hijos. Simplemente, han desaparecido. Algunos habían ido en busca de trabajo, otros fueron literalmente secuestrados", relata Dahal. Lo cierto es que han caído en manos de las mafias que comercian con mujeres y niños. Su destino principal es India, y el sector que más los demanda es el del sexo, aunque algunos también son utilizados en industrias locales. En total, cada año unas 225.000 personas son víctima de este tráfico. Pocos regresan, y la mayoría de los que lo consiguen han contraído el VIH u otras enfermedades de transmisión sexual. Dahal lo tiene claro: "Es una pena de muerte".