primer presidente estable de la ue

bruselas. Los términos utilizados habitualmente para definir a Herman Van Rompuy son discreto, hábil negociador y experto en lograr consensos. Prácticamente desconocido hasta hace unos días fuera de Bélgica y sin experiencia internacional, la reputación de Van Rompuy, de 62 años, no ha hecho más que crecer en su país desde que se hizo cargo del Gobierno, casi a su pesar, en diciembre del pasado año. Heredó de su antecesor y compañero de partido, el polémico Yves Leterme, un país en plena convulsión entre las comunidades flamenca y francófona, que amanecía un día tras día con titulares que predecían su fin y con una clase política terriblemente desgastada. Menos de un año después, Bélgica ha regresado a la normalidad, se han logrado ciertos avances en el plano institucional y la gran preocupación es, precisamente, qué pasará con su marcha. Nacido en la Bruselas de posguerra, el nuevo presidente de la UE estudió Filosofía y Economía en la Universidad de Lovaina y ascendió rápidamente dentro del partido democristiano flamenco (CD&V), la principal fuerza del país, del que nunca se ha movido. Entre 1993 y 1999 fue viceprimer ministro y responsable del Presupuesto. Su gestión como primer ministro le ha valido grandes halagos en la prensa belga, que le ha definido en ocasiones como un "obrador de milagros" o un "sabio minimalista". Bajo un aspecto serio, incluso aburrido, y un físico de apariencia frágil, muchos belgas celebran su sentido del humor y su afición por componer haikus (breves poemas japoneses). Está considerado un político de la "vieja escuela", profundamente católico (defiende una Europa cristiana en la que no cabría Turquía) y al que, según se dice en Bélgica, ha costado mucho aceptar divorcios entre sus compañeros de partido. Sin embargo, ha dirigido un país muy progresista en materia de derechos sociales, que permite el matrimonio homosexual y que está entre los más liberales en asuntos como aborto y eutanasia.