l rey emérito ya está de vuelta en Abu Dhabi. Y menos mal, porque ya me estaba empezando a enervar el aluvión informativo al que hemos asistido durante los días que ha pasado en España, relegando el conflicto entre Ucrania y Rusia a un espacio residual en los medios de comunicación. Sin embargo, no me llama tanto la atención el enorme impacto mediático de Juan Carlos I como el recibimiento que le ha hecho un sector importante de la ciudadanía. Alegría por su regreso, gritos de “¡Viva el rey!”, fotografías, aplausos... En definitiva, se ha recibido como un héroe a alguien que durante años ha cometido delitos fiscales y trapicheos varios. Un espectáculo dantesco. Parece que la corrupción está ya tan establecida en este país que no tiene ninguna consecuencia en quien la abandera. Y esto no solo sucede con nuestro querido emérito. También estamos asistiendo, por ejemplo, a una sonrojante serie de escándalos protagonizados por el presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, destapados por El Confidencial. Pues bien, el muy caradura no solo no rectifica, sino que tiene el valor (y el apoyo) para seguir al frente de la Federación. Qué envidia me dan aquellos países en los que los sinvergüenzas son castigados y no canonizados. l