Vivir así, es morir de amor, decía la canción interpretada por Camilo Sesto. Yo, menos lírico que el mito de la música española, me atrevo a modificar el verso para sugerir que vivir así es morir de susto. No hace falta tener mucha imaginación para saber a qué me refiero. Al menos, mi monedero y yo estamos en un brete cada vez que oímos o leemos las informaciones correspondientes a la subida diaria del precio de la luz, del combustible, del pan, de las berzas y de la cola sin cafeína con extra de bífidus, si es que existe el producto. Cómo será la cosa que hasta la pandemia y sus consecuencias mortales empiezan a parecer una minucia en comparación con la factura que estamos obligados a pagar los consumidores por el mero hecho de respirar y vivir, que ya es un logro dadas las circunstancias. Y, pese a tanta desgracia, todavía hay quien, con razón, asegura que nos podemos dar con un canto en los dientes, ya que, en el conjunto de la Humanidad, somos unos privilegiados que, como poco, podemos echarnos a la boca un chusco de pan con el sobrante del choped de la carnicería. En otros lares, tal dispendio es un manjar, ya que la guerra y las necesidades son tan inabarcables que abruman. En cualquier caso, a sufrir tocan. Y si no, al tiempo.