oy me temo que, por una vez, habrá que tomarse esta pequeña reseña literaria al pie de la letra. Me refiero a que, con todo lo que acontece, no pretendo, y ni siquiera se me ocurriría, echar mano de la ironía para delimitar los efectos de la ocupación a la que las tropas rusas están sometiendo a Ucrania y a sus gentes. Al respecto, el acervo cultural castellano incluye entre sus refranes uno que explica a la perfección lo que ocurre. La máxima en cuestión viene a explicar que cada vez que habla Putin, sube el pan. Es cierto que la sentencia está adulterada gracias a mi propia adaptación personal del mismo, un tanto torticera e interesada. Sin embargo, y en esto estoy seguro, me darán la razón, ya que en pocas semanas, la ansiada recuperación económica poscovid ha quedado diluida por la subida de precios generalizada, que amenaza con convertir nuestra cesta de la compra en un funeral para cuentas corrientes y monederos, o el repostaje en la gasolinera en un amago de infarto. Y, mientras tanto, los pobres consumidores seguimos con cara de paspán padeciendo la sucesión de hitos históricos que nos han tocado en desgracia y en aluvión en la última década, nefasta como pocas, al menos, para el común de los mortales.