stábamos todos, todas y todes infartados en nuestro amado templo del cortado mañanero. Hubo algún viejillo, de hecho, que preguntó si había que llamar al Obispado para pedir referencias de algún exorcista. Desde el principio de los tiempos, todos y cada uno de los eneros, nuestro querido escanciador de café y otras sustancias ha hecho la pertinente actualización de precios sin perdonar ni un céntimo de subida, algo que nunca ha extrañado a una parroquia que sabe a la perfección que aquí ni se fía ni mucho menos se invita. Antes baja la luz o los tomates recuperan su sabor. Pero hace unos días, el dueño de estas cuatro paredes más cocina estilo años 60 y baños de ensueño -es un decir- nos informó que había decidido aplicarnos una moratoria de seis meses porque las cosas ya están suficientemente mal en general como para venir metiendo otra puñalada. Y, claro, a más de uno se le quedó cara de conejo nocturno antes de ser atropellado. La sensación duró poco. Ante el revuelo generado, ya nos explicó que el plan es esperar hasta justo antes de La Blanca. Que hay fiestas, subidón para compensar los dos últimos años. Que no, subidón, subidón, para sobrevivir al desastre. Porque aquí, como en todos los sitios, más tarde o más temprano siempre toca pagar. No hay escapatoria.