a no me sorprende nada en el deporte profesional. Son múltiples los episodios de jugadores o técnicos que quieren romper lazos con un club por las bravas. Como también son incontables los casos de equipos que utilizan malas artes para despedir a trabajadores. Al final, todo se resume en una frase que me inculcaron desde pequeño: la pela es la pela. Cuando hay dinero de por medio, no hay sentimentalismos que valgan. Ni memoria para ser agradecido con alguien que ha prestado un gran servicio, en un caso, o leal a un club que te ha rescatado del paro, en el otro. Tras este rodeo, voy al grano. El Alavés estaba dispuesto a esperar al 1 de enero para acogerse a una cláusula de su contrato que le permitía ahorrarse bastante money en el finiquito de Calleja. En situaciones así, el afecto brilla por su ausencia. Por fortuna, ambas partes se han dado un apretón de manos -no sé si muy sentido- tras un vodevil que ha provocado estupefacción general. A ninguna de las partes le interesaba prolongar una situación kafkiana. El club quería que Mendilibar se pusiera cuanto antes manos a la obra para iniciar una nueva era y al madrileño no le convenía dejar la sensación de ser un técnico problemático con el fin de no ser visto con recelo por otros clubes en el futuro. Por suerte, ha imperado la sensatez.