ecía hace unos días el presidente del Círculo de Empresarios que "para equilibrar las pensiones debemos tener empleados con 70 o 72 años". Estoy convencido de que cuando imaginamos nuestros últimos días lo que menos deseamos es pasar del puesto de trabajo a una plaza en una residencia. Sin embargo, muchos responsables económicos y políticos se empeñan cada cierto tiempo en apuntar en esa dirección. Lo hacía también esta misma semana un informe de la OCDE. Resulta que los jóvenes cada vez ingresan más tarde y en peores condiciones en el mercado laboral, con la brecha vital, social y económica que esto genera. Es sabido que encontrar trabajo pasados los 50 años es un auténtico vía crucis que deja en la cuneta a personas de enorme valía y experiencia. Y mirando más allá muchas voces adelantan la desaparición de cientos de profesiones y de millones de puestos de trabajo por el desarrollo de la robotización y la inteligencia artificial. Ante un panorama tan complejo para la protección del estado de bienestar y en el que desde el punto de vista tecnológico se atisba una revolución comparable a la industrial, es desolador que las recetas de los gurús con mayores altavoces no planteen otro horizonte que el de tenernos en galeras hasta poco antes de asomarnos al otro barrio.