ste eufemismo para referirse a las muertes, heridos y daños no intencionados que se producen durante una operación militar se empezó a utilizar durante la Guerra de Vietnam. Casi medio siglo después el término sigue vigente. Los últimos daños colaterales se vivieron el pasado 28 de agosto en Afganistán. A los dos días de que los talibanes masacraran a 170 civiles amontonados en el aeropuerto de Kabul en su desesperado intento de abandono del país, la inteligencia estadounidense aireó una operación militar saldada con una decena de presuntos terroristas, a punto de cometer otra salvaje acción, abatidos por un dron milimétricamente dirigido. Cuatro meses después, esta operación de película de ficción se ha demostrado como un antológico ejemplo de fake news. A lo largo y ancho del planeta se difundió la calculada operación, que desactivó un nuevo ataque terrorista. Ahora un informe de la Defensa estadounidense desmonta todo el proceso de seguimiento llevado a cabo sobre el presunto terrorista que condujo a apretar el botón del mortífero misil. Quiso la fortuna que una serie de rutinarias acciones del ingeniero afgano, Zamari Ahmadi, fueran interpretadas por los estadounidenses como las peligrosas maniobras previas a un atentado. Ahora ya nadie se preocupa de ofrecer la versión exacta.