odos los años por estas fechas fantaseo con que Jesucristo aparece por aquí en un segundo y sorpresivo advenimiento y se lo llevan de visita a Vigo. O que se mete sin pretenderlo en un centro comercial cualquiera en pleno Black Friday, ecuador de esta Navidad contemporánea que arranca en la noche de difuntos; o incluso en la cabalgata de los Reyes Magos, citados en un único pasaje por los evangelistas, que tampoco se extendieron gran cosa con la propia infancia del hijo de María y José. O lo veo, aturdido, en la carpa de la pista de hielo de La Florida rodeado de gente, botas rojas, aire saturado y bolsas de plástico mojadas. O deslumbrado frente a la bola de la plaza de la Virgen Blanca. Me viene a la cabeza a continuación el episodio del Templo, cuando Jesús, cabreado porque aquello era un sindiós, cedió a las pasiones humanas y arremetió contra los tenderetes donde los mercaderes vendían pichones para que los fieles los ofrecieran en sacrificio a Yahvé, lo que a la postre le acabaría costando la vida terrenal. Y entonces me veo a mí mismo como un carcamal, el Scrooge de Lovaina, me digo que no es para tanto y vuelvo con la lista de la compra para Nochebuena, que esta vez, tras el encierro pandémico, toca celebrar en mi casa.