lorar de los árbitros es tan viejo como el fútbol y cada jornada liguera tenemos sesión lacrimógena por parte de quien se siente perjudicado. Lo curioso de todo es que las quejas de mayor magnitud suelen proceder muchas veces de aquellos que menos razones tienen para expresar malestar, siempre respaldados por sus voceros. Ya me dirán cómo han ganado ciertos clubes todo lo que han ganado si aseguran que siempre tienen los arbitrajes en contra, ya que a mí me resulta inexplicable descifrar la ecuación. En este sentido, el paso del Deportivo Alavés por Primera División está resultando de un tono comedido digno de alabanza. Razones ha tenido para quejarse, pero, dejando al margen algún episodio muy esporádico, las palabras altas han brillado por su ausencia. Tampoco el entorno del club, en el que los medios de comunicación nos encontramos, tiene tendencia a ser incendiario en este sentido. Eso sí, de vez en cuando no está de más recordar que tontos no somos o que estar callados no es sinónimo de ser imbéciles. Porque, por ir a lo último, por mucho que se atice el fuego, el árbitro no le regaló al Alavés el empate en Sevilla ni tampoco los de Calleja perpetraron alguna de esas óperas cómicas tan comunes en ciertos escenarios como el del sábado, donde hasta los recogepelotas saben latín.