in que sirva de precedente, hoy no tengo nada que reprochar a la humanidad, salvo la estulticia que afecta a alguno de sus miembros. Pero, incluso con esa salvedad, hoy ha amanecido un nuevo día que merece la pena ser respirado y disfrutado. Luego, con total seguridad, llegará alguien para remediar este optimismo tan poco frecuente en este pequeño mirador literario. Pero hasta entonces, tendré que experimentar nuevas sensaciones en las que la inquina hacia mi propia especie no tiene cabida, al menos, de momento. Supongo que gran parte de la culpa de este happyflowerismo tan poco usual en los textos del menda que escribe y suscribe esta breve reseña obedece a la sesión de vídeos de perretes y otras mascotas al que me sometí ayer sin prestar resistencia al llegar a casa tras una dura jornada laboral. Se sucedieron en la televisión varios cortes seguidos sin dar respiro, todos ellos con decenas de animalejos de lo más tierno. Fue mano de santo. Se me olvidaron los nervios, el estrés y la ansiedad que tan bien maridan con la profesión que Dios, la providencia o vaya usted a saber qué o quién, decidieron asignarme en el reparto de suertes. Se conoce que contemplar seres sin maldad aparente reconstituye el alma y te congracia con el mundo.