as imágenes que ciudades como Barcelona están extendiendo al mundo en las últimas semanas son, ciertamente, alarmantes. Porque retornar hacia la tan ansiada normalidad no debería ser esto. Divertirse no es sinónimo de destrozarlo todo, ni mucho menos. Y, ante quienes afirman fervientemente que "están en la edad de divertirse" y que es "ahora o nunca", yo solo puedo responder que no soy mucho mayor que la mayoría de ellos, y nunca he concebido ese tipo de actos como una muestra de entretenimiento; ni siquiera de rebeldía. Porque mientras algunos disfrutan de un rato con amigos, esos con los que probablemente se han reencontrado después de largo tiempo, o a quienes incluso acaban de conocer al dar el salto a la vida universitaria, hay otros -y me es indiferente la edad, mayores o pequeños- que aprovechan tal tesitura para emprender toda clase de fechorías. Hurtos, cristales rotos, atentados contra agentes de la autoridad, desórdenes públicos, y un largo etcétera de delitos por los que, sin ir más lejos se acusaba a una treintena de personas detenidas en la tercera noche de las fiestas de la Mercè, en Barcelona. Sinceramente, si esta es la forma de divertirse o de retomar la normalidad, como diría aquel, que paren el mundo, que yo me bajo.