ba el otro día acuciado por el reloj en pos de una actuación de la Ertzaintza cuando, tras haber cometido el grave error de coger el coche a media tarde para desplazarme por Vitoria, me metí de lleno en dirección contraria por una calle de la zona sur, esa que está en plena fase de obras. Mi desconcierto debió ser tal como la sorpresa de quien me vio llegar de frente, quedándose a centímetros de que el morro de mi vehículo se empotrase con el suyo. Tras salir marcha atrás como buenamente pude, cruzar un gesto de entendimiento con quien casi me llevo por delante -tranquilo, que nos ha pasado a todos, parecía decir- y después de mirar y remirar buscando la señal que impedía el paso hacia esa calle en la que antes solo se podía circular en el sentido que yo había elegido -no la encontré, a fuer de ser sinceros, no sé si por mi ceguera o por su inexistencia-, caí de nuevo en la cuenta -digo de nuevo porque llevo en las últimas semanas ya varios amagos de ser atropellado allí donde antes había un paso de cebra y ahora han plantado un semáforo inútil más- de que los vitorianos tenemos por delante un proceso de aprendizaje con el mapa de la ciudad en la que tantos cambios se están produciendo. Nuevos sentidos, nuevos espacios de circulación y nuevas señales que componen un maremágnum que hay que ir desentrañando.