o no sé ustedes, pero conducir por Vitoria empieza a ser un calvario y me tiene realmente mosca. Desde hace tiempo algo olía a chamusquina y el pasado sábado terminé de comprobar que mis reservas estaban justificadas. Iba con cierta prisa y mis nervios estaban a flor de piel ante un acontecimiento familiar que no se vive todos los días. De repente me costó la friolera de casi 25 minutos cubrir el trayecto entre Zabalgana y la calle Monseñor Estenaga. No es que hubiera un tráfico desesperante en ese intervalo ni tampoco era hora punta. Desde hace años, las cabezas pensantes de la ciudad se han puesto entre ceja y ceja que esto de coger el coche sea cada vez más engorroso -prefiero ir en autobús o incluso andando al centro tal y como está el panorama- y lo están consiguiendo con creces. Entre las obras de algunas calles, la progresiva reducción de los carriles en vías de sentido único para regocijo de otros medios de transporte, rotondas hechas por un enemigo que te obligan a ser Lewis Hamilton con el fin de no cometer una imprudencia o las terribles esperas de los semáforos, el tema se está poniendo muy malito. De los atascos matinales para llevar a los niños al cole, mejor hablo en otra ocasión. Eso daría para escribir una novela. Hay que tener más paciencia que el santo Job.