no de los problemas que parece acrecentarse con el verano es el de los incendios. Supongo que una combinación de calor sofocante, ausencia de lluvias y viento no ayudan, y si interviene la mano humana probablemente aún menos. Nuestros vecinos malagueños lo están sufriendo en sus propias carnes, como año tras año ocurre en multitud de lugares. Por eso, y mientras el fuego sigue extendiéndose y municipios de la zona del valle del Genal tienen que ser desalojados de manera preventiva, no puedo evitar dejar escapar unas lágrimas. He crecido recorriendo esos pueblos blancos, he conocido a sus gentes y me he enamorado de su gastronomía y de su generosidad. Y, aunque estas lágrimas no van a apaciguar las feroces llamas que luchan por abrirse paso minuto tras minuto, hora tras hora, estoy segura de que los efectivos de bomberos que se encuentran en la zona desde hace ya varias jornadas agotadoras, continúan trabajando incansablemente para lograr extinguirlo. Sin duda, nada de esto debería haber ocurrido; porque la mano humana no debería usarse para cometer tales atrocidades, pero ahora solo queda conservar la esperanza de que la situación no vaya a más y las familias puedan volver pronto a sus casas, ya fuera de todo peligro.