i soy capaz de formarme una opinión a partir de las confusas, multifactoriales y a buen seguro sesgadas explicaciones que entendidos de todo el espectro ideológico, partes interesadas y ministras dan sobre los motivos de la escalada en los precios de la electricidad ni, en todo caso, me las acabo de creer. Por tanto, más allá de las subidas del gas, de los derechos de emisión de CO2, de la presunta especulación con las fuentes renovables o de los impuestos, de las causas en definitiva, vamos a centrarnos en las consecuencias que puede acarrear toda esta movida. Si mañana la barra de pan se pone en cinco euros, cosa que por otro lado también va camino de suceder, la gente dejará a un lado la agenda política, deportiva, social y rosa que le preocupa y entretiene cuando no pasa hambre y saldrá a la calle para mandar a su casa a quienes no son capaces de evitar que servicios y productos esenciales estén sujetos a tarifas gourmet, sean cuales sean las razones del despropósito. Con la luz puede pasar lo mismo, y así parece haberlo entendido el señor presidente, que promete cerrar el año en precios de 2018. Si lo dice será porque puede hacerlo, colijo desde mi ignorancia, y por tanto cabría concluir que lo que se nos ha dicho hasta ahora con crudo fatalismo era, sencillamente, mentira.