sta es una conversación real con mi pareja durante las pequeñas vacaciones que hemos pasado en Peñíscola: 37,4. La niña tiene febrícula. ¿Y si probamos en la otra axila? Bien. Marca 38,2. Tiene febrícula en una axila y en la otra fiebre. Mejor sacamos el termómetro infrarrojo digital y le apuntamos a la frente, como le hacían a diario en la guardería. 37,6. ¿Y si le apuntas a la muñeca? 38,6. Igual mejor hacemos una media entre todos los resultados. ¿Os suena esta conversación? Esto de los termómetros se ha vuelto un cachondeo. Hace años dejaron de venderse los clásicos termómetros de mercurio, los de toda la vida. Y a mí me pilló totalmente desprevenida, porque si lo hubiera sabido me hubiera comprado una docena, por lo menos. Dicen que el mercurio y sus compuestos son extremadamente tóxicos para los seres humanos, los ecosistemas y la naturaleza pero, desde luego, cuando había fiebre en casa, siempre cogíamos el de mercurio porque su precisión es incomparable a ningún otro. De modo que los últimos días hemos tenido que resistir con el cutre-termómetro digital que de 10 mediciones da 10 temperaturas distintas. Estamos bien. La niña solo tenía un cúmulo de cansancio por la emoción de estar de vacaciones.